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2 de octubre de 2015

PEDALES DE OCCITANIA - ETAPA 3 DE 4 - De Sant Bertrand de Cominges al Coll de Mentè

La noche del domingo al lunes fue, para mí, horrorosa. El cansancio acumulado y lo incómodo de la cama hizo que apenas pudiera pegar ojo en toda la noche. Menos mal que Rubén sí que pudo descansar y que al menos uno de los dos iba a estar lúcido en el etapón que nos esperaba por delante. Así pues, con escasas cuatro horitas de sueño, me levanté de nuevo con la sensación de no querer dar ni una sola pedalada más. Esa maldita sensación de pereza que afortunadamente se quita dos minutos después de poner el pie a tierra y recuperar la verticalidad.

La tercera etapa de Pedales de Occitania suele ser, para la mayoría de la gente que hace la ruta, una etapa de transición. Para esos bikers que eligen la opción de una tercera etapa más corta, la prueba consta de un primer y tercer día más relajados y un segundo y cuarto más complicados, siendo el segundo día el peor de los cuatro.

Sin embargo esto que es lo que la mayoría suele hacer, no era nuestro caso. Nosotros, de común acuerdo elegimos hacer la tercera etapa más larga, extendiéndola hasta casi 70 kilómetros y más de 2000 metros de desnivel acumulado. Esta opción nos exigía una segunda y una tercera etapas duras o muy duras (sobre todo la tercera, la de éste día), y una cuarta con una dificultad y longitud mínima. Lo hicimos así para que, el cuarto día pudiéramos estar antes de comer en Viella y poder salir pronto rumbo a Madrid para estar en casa lo antes posible.

Cuando tomamos esa decisión no fuimos del todo conscientes del berenjenal en el que nos estábamos metiendo. Si ya la segunda etapa se puede considerar de las más duras que he hecho en mi vida, la tercera, en algunos de sus tramos me pareció francamente inhumana, y es que ya no es solo la distancia y el desnivel, sino que las condiciones meteorológicas y el estado del terreno añadieron una dureza “extra” con la que no contábamos y que al fin y a la postre consiguieron dejarnos totalmente exhaustos.

Además, a todo esto hay que añadir que el desayuno el L’Oppidum fue francamente escaso y muy mejorable. De la cena de la noche anterior al desayuno había un universo. Lo delicioso y opíparo de la cena se convirtió en racanería en el desayuno: dos trozos de pan tostado y un croasán fue todo lo que el buen señor nos ofreció. Es cierto que nos dijo si nos apetecía más, pero sinceramente más pan con mantequilla no era lo que nosotros necesitábamos.

Yendo aún más lejos. Si a la falta de sueño y de descanso le unimos la fatiga acumulada de los otros dos días, el mal desayuno, tener por delante la etapa más dura, y que además estaba lloviendo casi a cántaros cuando partimos del hotel de Sant Bertrand, el cóctel se presentaba francamente desagradable.

Aun así, nuestras ganas de disfrutar y de empaparnos (literalmente) de los paisajes y lugares que se nos presentaban, compensaron con mucho los males que arrastrábamos.

De esta forma, y a las 8:40 de la mañana salíamos bajo un buen aguacero del hotel y partíamos, bajando el rampón que nos subió hasta la catedral el día anterior hacia nuestra etapa reina…cinco puertos de montaña con el col de Menté de colofón.

Salida de Sant Bertrand

Poco a poco la catedral se pierde entre la lluvia y la niebla

Ya desde el primer minuto las piernas protestaban. El frío y la humedad no nos dejaban calentar como deberíamos haberlo hecho en los primeros 7,5 km de terreno llano que teníamos por delante hasta la localidad de Barbazan y pasando por el centro de Loures-Barousse. Menos mal que las vistas de la catedral desde lejos nos sacaban de nuestros males y nos hacían imaginar cómo sería todo aquello hace más de 1000 años.

Poco a poco empezamos a perder de vista a la majestuosa catedral de Sant Bertrand y rodando tranquilos por asfalto y carriles bici, atravesando maizales y campos de cultivo, llegamos a la localidad de Barbazan. Su lago, que en un día soleado debe mostrar un paisaje idílico, no tenía demasiado interés en un día lluvioso como el de aquel día.

Rubén en el Lago de Barbazan

Lago de Barbazan

Tras abandonar Barbazan y su lago empezó la fiesta. Ante nosotros la primera subida del día. Una subida que en sus primeros metros tiene una pendiente bastante acusada pero que, de nuevo, con barro y lluvia que encharcaban el terreno y las piedras, se hacía francamente difícil de subir. La pendiente sostenida de esos primeros 3 kilómetros y medio por camino se convirtieron en una auténtica pared con terreno arcilloso y pegajoso que hacía que mantenerse encima de la bici fuera tarea del todo imposible.


Inicio de la subida al coll de Paloumères

Como siempre, caminos que atraviesan lugares de ensueño

Así, caminando cerca de 750 metros con las botas llenas de fango y luchando por no resbalar en el barro botijero y caer a la rodera lateral que venía literalmente llena de agua, coronamos el coll de les Paloumeres (no confundir con la subida del día anterior; curiosamente tienen el mismo nombre). Tan sólo llevábamos poco más de 12 km de ruta y yo ya estaba hasta las mismísimas narices de agua y barro.

Menos mal que la bajada desde el Coll de Paloumeres es divertida incluso en mojado y lloviendo. Esta bajada, de por sí, justifica el tiempo que estuvimos andando. La pena es que tan sólo tiene unos 500 metros de longitud y a mí se me hizo especialmente corta. Puedo decir, casi sin riesgo a equivocarme, que esta bajada es lo único que realmente disfruté de ese día. No es que no disfrutara del resto, que lo hice, sino que esta bajada fue lo único que hizo que sonriera.

La bajada del Coll de Paloumeres termina en una pista forestal preciosa. En constante subida pero con escaso desnivel durante aproximadamente 3 kilómetros y alternando la pista en buen estado con tramos por asfalto (pocos), termina en la parte más alta de esta primera ascensión.

Lástima no poder ver el valle

La verdad es que fue una pena que las nubes bajas no nos dejaran ver el valle por el que estábamos pedaleando, porque una vez visto el track en google earth, adivino unas magníficas vistas a los pueblecitos del valle. ¿Volveremos para verlos de nuevo?...no creo.
La pista forestal termina en una carretera que desciende durante unos 3 kilómetros y medio hasta el pueblecito de Lourde. De nuevo, y perdón por la insistencia, la lluvia no nos dejó disfrutar atravesando este pueblito que sabíamos que contaba con una curiosidad añadida: una especie de estatuas de un material parecido a la madera que los habitantes del pueblo cuelgan de tejados, farolas y árboles. Lamentablemente tan sólo conseguimos ver una, y es que el agua que caía desde arriba, y el agua que venía desde abajo expulsada por las ruedas de la bici apenas nos dejaban ver unos pocos metros más adelante.

De Lourde a Saint-Pé-d’Ardet hay tan sólo un kilómetro. Ya habíamos recorrido 23 de los 67 kilómetros de la etapa de hoy. Eran cerca de las 11:30 – 12:00 de la mañana y gracias al escaso desayuno y las fuerzas gastadas en la ascensión al primer puerto del día, nuestras reservas estaban al mínimo. Así pues, mientras en la calle no dejaba de llover, Rubén y yo decidimos que era hora de parar a comer en un pequeño bistrot de Ardet. La verdad es que ponerse a cubierto después de más de tres horas de lluvia continua es un auténtico placer.

Quitarse el chubasquero, el casco y los guantes, todo ello empapado es una delicia en sí mismo. Lo malo es volver a ponérselo otra vez…

En el bar había 4 personas que charlaban amigablemente entre ellos hasta que nos preguntaron por la ruta que seguíamos. Mal que bien, y tras pedir un par de bocadillos de jamón y queso (deliciosos, por cierto, calientes y con queso brie), nos hicimos entender y les contamos desde donde veníamos y hasta donde íbamos. La cara de alguno de ellos fue un poema. Ponían cara de “estos no llegan ni a la mitad”, o caras de “madre mía en qué lío están estos”. Ante esas caras, decidimos continuar con nuestros bocatas y no prestar atención a sus caras de asombro.

La verdad es que las gentes que nos fuimos encontrando, y en particular estos 4 personajes, se portaban muy, pero que muy amablemente. Incluso el dueño del bar, al irnos, nos acompañó hasta la puerta, lo que yo aproveche para preguntarle casi por señas si esta lluvia iba a durar mucho. Miró hacia el cielo, giro su cabeza de un lado al otro y nos dijo en un español chapurreado: “va a llover todo el día…”.

Rubén y yo, resignados ante tal afirmación salimos de allí despidiéndonos muy amablemente y comentando entre nosotros que como esta lluvia continuara, tiraríamos por carretera hasta nuestro primer objetivo: la localidad de Aspet de la que nos separaba una segunda subida, la subida al coll des Ares, aunque a  decir verdad teníamos que subir bastante más arriba del puerto.

Afortunadamente, y muy pocos minutos después de la predicción equivocada del dueño del bar, dejó de llover, con lo que la decisión de si ir por carretera o por monte estaba tomada: por monte, que a eso hemos venido.

La subida al coll de Ares empieza justo en el pueblo de Saint-Pé-d’Ardet y como no, en un desvío casi inesperado desde la carretera principal. La subida, en su tramo inicial es a través de una vereda en franca subida (cerca de un 10%), con el suelo cubierto de piedras redondas formando una especie de calzada rural muy resbaladiza y sobre la que nuestras ruedas traseras no encontraban tracción. Eso sí, de la misma forma que subir aquello no me gustó nada, he de decir que el entorno es una auténtica maravilla. De nuevo un bosque cerrado, como si el camino fuese un túnel. Es increíble cómo aunque atravieses decenas de caminos como éste, nunca acabas por asombrarte y disfrutar de su belleza.

Inicio de la subida al coll de Ares

El camino se convierte en vereda

La primera subida deja paso a un falso llano que discurre por un camino empedrado y dentro del bosque. Dicho camino, después de una buena rampa se abre de entre la espesura y se convierte en una frondosa vereda en franca subida que desemboca en la carretera que corona el coll de Ares. Hasta aquí la subida no es demasiado complicada. La verdad es que tanto Rubén como yo estábamos concienciados de que nos íbamos a encontrar una subida muy similar a la del primer puerto, y de eso nada. La subida hasta el coll de Ares es inmensamente más bonita y entretenida. Incluso ya sin llover la vida se veía de otra manera. Ambos estábamos ya bastante animados y la idea de llegar en poco tiempo a Aspet, localidad que sirve como base para la subida al tercero de los puertos del día, nos animaba bastante. Es más, Rubén empezó a sacar de sí su buen humor y sus dichos manchegos, y la penosidad del principio de la jornada se estaba convirtiendo en una animada media mañana. Y es que gracias a esos dichos manchegos y a esos cánticos rurales, nuestro amigo Rubén acaba animando hasta a las piedras.

Coll de Ares
Coronar el coll de Ares no significa terminar la subida. Desde el coll de Ares aún nos quedaban 2 kilómetros de ascensión y cerca de 100 metros de acumulado para terminar. Sin embargo la pendiente más suave, el magnífico entorno por el que transcurren esos dos kilómetros tras abandonar la carretera de subida al puerto, y la magnífica sensación de pedalear sin lluvia hicieron de esos kilómetros un paseo agradable. ¡¡Incluso volvieron las ganas de hacer fotos!!.

Senderos más arriba del Coll de Ares

Bosques de ensueño

Parecen túneles

Tras acabar de subir más allá del coll de Ares, comenzamos el descenso hacia el pueblo de Izaut-de-l’Hôtel. Es curioso lo que sucede en Pedales de Occitania. La bajada empieza en una pista perfectamente asfaltada, pero a escasos metros de empezar, el track se desvía hacia la izquierda para atravesar veredas, senderos y caminos por doquier para que, unos metros más adelante, volver a enlazar con la pista asfaltada y de nuevo volver a desviarse por un nuevo sendero o trialera.

Toda la bajada trascurre por terrenos diversos, pero siempre con cierta dificultad añadida. Unos tramos con piedras y raíces, otros con barro y fango, otros con roderas y charcos. En definitiva, una bajada técnica que a mí me costó una caída afortunadamente sin consecuencias. En un tramo revirado lleno de raíces y piedras, todo empapado por las lluvias, cuando el camino giraba de repente hacia la derecha y con un buen desnivel, frené para colocar la rueda delantera y la coloqué mal; la giré justo en una raíz empapada que hizo que la rueda delantera patinara y yo saliera despedido cuesta abajo por el lado derecho de la bici. Magulladuras en las rodillas y en el hombro derecho sin apenas consecuencias y por culpa del pedrolar en el que caí.

Allí, arriba, es donde me fui al suelo

Sin más, levanté mi bici casi cuando Rubén llegaba a mi altura, y seguimos nuestro camino hacia Izaut´de´l’Hôtel. Es en su tramo final cuando la bajada se complica extremadamente. Un pedrolar de esos que sólo se pueden bajar andando con escalones de más de un metro de altura entre raíces y curvas reviradas. Un entorno de DH para una ruta de resistencia y que según mi opinión estaba totalmente fuera de lugar y más cuando pudimos comprobar después de bajar andando, que había una alternativa ciclable a unos pocos metros.

Bonito pedrolar

Último tramo antes de Izaut-de-l'Hôtel

De cualquier forma, estábamos ya en Izaut, kilómetro 33 de la etapa y prácticamente a la mitad. Una parada para tomar aliento y una barrita, observar el río Le Job y la magnífica panorámica que ofrece a su paso por la localidad, y en muy pocos minutos de nuevo subimos a las monturas y retomamos el camino, que en sucesión de falsos llanos y algún que otro sube-baja por caminos rurales que de vez en cuando se adentraban en pequeños bosques, atraviesa la localidad de Gouillot para tomar dirección hacia Buchet.

Izaut-de-l'Hôtel y el río Le Job

Izaut-de-l'Hôtel

Por esta última localidad no llegamos a pasar puesto que el camino rural desemboca directamente en la carretera D5, una anchísima vía recién asfaltada que con más miedo que vergüenza (sobre todo yo), nos tocaba ciclar. Y es que por estas vías de tráfico rápido sufro más de lo normal. Me dan pánico los coches pasando tan rápido y tan cerca (y eso que por esas latitudes el respeto al ciclista es exquisito), mi pulso se me acelera y mis piernas tratan de ir mucho más rápido de lo que mi corazón puede resistir.

Carretera hacia Aspet
De esta forma, y durante unos escasos pero eternos (para mi) 2 kilómetros rodamos por la carretera para llegar por fin a la localidad de Aspet.

En Aspet, tomando un desvío a la izquierda, y llevándonos monte arriba cuando una pista nos llevaba directamente, el track pasa por Le Bois Perché, una especie de complejo de recreo donde teníamos que sellar el libro de ruta antes de continuar nuestra marcha. Eran ya las 14:30 de la tarde, y como es sabido que en Francia a esa hora ya no es posible comer en ningún sitio, nos acercamos, ladera abajo hasta un supermercado donde compramos unos sándwiches y unas bebidas que nos tomamos en el aparcamiento.

Comida en el aparcamiento de un supermercado

Una vez avituallados, volvimos ladera arriba de nuevo para retomar a la altura de Le Bois Perché el track que nos llevaría hasta la siguiente subida del día, el coll de Mortis.

A la salida de Aspet fue cuando sucedió la avería del día. El desviador de la bici de Rubén no engranó bien el plato pequeño en una subida un tanto complicada y llena de piedras, y la cadena se alojó entre el cuadro y el plato pequeño. Un poco de paciencia y algo de habilidad por nuestra parte y la cadena volvió a su lugar unos 10 minutos más tarde.

Senderos a la salida de Aspet. 

Las piernas ya empezaban a protestar cuando, a la altura de Girosp la pista asfaltada del coll de Mortis empezó a empinarse de una manera desmesurada. Sin duda estas rampas son, con mucho, las más duras de toda la Pedales de Occitania. Y en nuestro caso se daban dos circunstancias. Por una parte estas rampas las subimos con más de 40 kilómetros y dos puertos complicados encima y además eran el preludio de lo que nos esperaba en el ascenso al último y más largo de los puertos de hoy, el coll de Mentè.

Normalmente, la gente que hace Pedales de Occitania, termina esta etapa en Aspet, y es el cuarto día cuando, al principio de la etapa, suben Mortis y Menté, pero nosotros, como dije al principio, optamos por alargar el tercer día para que el siguiente pudiéramos llegar pronto a Viella.

Pues bien, mi opinión es que hacer la Pedales así, con unas segunda y tercera etapas tan duras es algo que roza la temeridad. El coll de Mortis y el coll de Menté después de haber subido Paloumeres (25 km como dije en la crónica de éste día) en la segunda etapa, y el coll de Paloumeres y coll de Ares en la tercera, es una brutalidad, sobre todo en las condiciones del terreno y condiciones climatológicas que nos tocó sufrir.

Las rampas del coll de Mortis son de tal magnitud que hay un momento que los cuádriceps echan humo. Mi GPS llegó a marcar un 25% de desnivel positivo durante más de 500 metros…una salvajada.

Yo dividiría la subida en tres partes. Una primera asfaltada de más o menos un kilómetro y medio donde el desnivel es brutal (entre un 21 y un 25%), y que cuando terminamos de subir tuvimos la oportunidad de comprobar que hasta los vehículos a motor, en nuestro caso una furgoneta de mantenimiento de carreteras, tenían serias dificultades para subir…el motor casi reventaba de lo revolucionado que iba mientras que las ruedas patinaban en el asfalto en busca de tracción…

La segunda parte de la subida es por pista forestal, con un desnivel menos acusado, quizá del 16-18% durante un kilómetro y que suaviza bastante a partir de ese punto y durante unos 200 metros más. En esta parte a Rubén le dio un subidón y empezó a ascender como si no hubiese futuro. De hecho en menos de 300 metros y después de un insufrible rampón lleno de piedras que yo hice andando y él encima de la bici, le perdí de vista.

La tercera parte de la subida es por sendero. No tiene más de 500 metros, pero hay zonas que son imposibles de ciclar. Y no sólo por el desnivel, que alcanza en ese tramo una media del 10%, sino además por lo técnico de la subida y la imposibilidad de encontrar tracción por culpa del barro. Ese sendero en subida nos volvió a dejar en el interior de un bosque tupido, como es el común de las etapas de Pedales.

La bajada, el principio es rápida y fácil por un terreno no demasiado complicado y que agarraba bien. Lo malo es que todo lo bueno se acaba, y el coll de Mortis se estaba empezando a convertir en una de las bestias pardas de toda la ruta. La bajada se transforma, en un momento dado y tras abandonar el bosque, en una senda de cabras imposible de ciclar al menos para nosotros con riesgo a una caída segura. Un sendero de no más de medio metro de ancho totalmente cubierto de piedras muy sueltas del tamaño de una manzana. Así pues, pie a tierra y a caminar durante algo más de un kilómetro.

Y es que caminar bajando no sólo no te da descanso alguno, sino que además te machaca los cuádriceps y tienes la sensación de que no compensas las bajadas con todo lo que has sufrido en la subida. Pero si ese hubiera sido el único mal, hubiera sido pasable, lo malo es que a la sensación de cansancio por la subida y posterior bajada del coll de Mortis, se añadía que estaba empezando a llover y que monte arriba veíamos como la niebla se cerraba.

Casi sin descanso, y tras tomar un gel yo y una barrita Rubén, empezamos a subir el que sería el cuarto puerto del día y que nos llevaría desde los 600 metros de altitud al principio de la subida hasta los 1340 metros del coll de Mentè en 14 kilómetros casi exactos.

Tan insufribles como los primeros kilómetros del coll de Mortis son los 2,5 kilómetros iniciales de la subida al coll de Mentè. La primera rampa, de unos 700 metros, por asfalto y al 12-14% ya te pone en tu lugar. Y es que estas rampas después de 50 km son casi inhumanas (al menos para mí). Pero más inhumano es ver cómo la pista se vuelve a empinar hasta alcanzar un brutal 20% en el tramo medio de los 2,5 km. Y esto no acaba aquí. La lluvia estaba empezando a pasar de calabobos a aguacero de forma que ambos teníamos la sensación de estar nadando más que pedaleando.

Afortunadamente la pista asfaltada acaba, lo que quiere decir en la mayoría de los casos que los grandes desniveles han acabado (cosa que en este caso es del todo cierta). Los rampones del 12-14% acaban en un kilómetro ya por pista sin asfaltar a un 5-6% de desnivel.





Es en ese momento, en el que has acabado de subir la parte más complicada, en el que te encuentras encharcado, con la cabeza y las piernas empapadas, los guantes soltando agua casi a chorros y la sensación de que si te paras te vas a congelar, cuando tiras monte arriba sin poder ver más que nubes, agua y charcos. Cuando empiezas a encerrarte en tus pensamientos y dejas de hablar absorto, abstrayéndote de lo que te rodea para buscar en tu concentración algo agradable en lo que pensar o algo desagradable que matar con tu esfuerzo.

Recuerdo esta parte de la subida al coll de Mentè (y Rubén también lo recuerda así), como un período de tiempo de reflexión. Las piernas te arden, estás empapado y casi aterido de frío, pero te encierras en ti mismo y sólo eres capaz de dar pedales de forma mecánica y escuchar el ruido de las ruedas rodando sobre el terreno y el rumor de las gotas de lluvia al caer. Y es que estos momentos de concentración y reflexión son lo que hacen grandes a estas rutas. Hay momento para todo, incluso para sumergirte en ti mismo sin ver nada más independientemente de las condiciones en las que te encuentres.

Menos mal que a estos tramos iniciales le sigue un llano de cerca de un kilómetro que nos hace avivar la marcha. Por entonces ya habíamos ascendido casi 400 metros en 5 kilómetros y sólo nos quedaban 9. Contábamos los kilómetros como si fueran uvas de navidad….¡¡ya sólo quedan 9!!, ¡¡ya sólo quedan 8…7, 6….!!!. Cada kilómetro que caía era un triunfo en sí mismo y nos acercaba más al calor del refugio y a una ducha y cenas reparadoras.

Eran ya cerca de las 18:00 de la tarde cuando, después de terminar el primer tramo llano, seguimos subiendo y subiendo pero ya con un desnivel bastante más suave, aunque alguna rampita rompepiernas había de por medio. Éste nuevo tramo de subida de unos 2 kilómetros de longitud, nos dejaba a 1100 metros de altitud después de haber recorrido ya casi 8 kilómetros desde la base (ya sólo quedaban 6).

Tras ese segundo tramo en subida, un nuevo escalón llano nos soltaba las piernas, y es aquí cuando empezamos a ver corzos. Al principio un par de ellos, una hembra y su cría, atravesaron la pista a una velocidad endiablada, y un poco más adelante, Rubén tuvo la ocasión de contemplar a un macho y tres hembras que estaban parados en medio del camino y que desaparecieron en el interior del bosque en cuanto le vieron.

Incluso uno de ellos estuvo a punto de descalabrar a Rubén. Monte arriba escuchábamos algo moverse, cuando de repente una piedra enorme, seguramente desplazada por el corzo al iniciar su marcha, cayó a escasos metros de Rubén.

Todas estas cosas le añadían cierto interés a nuestra empapada subida. Y la verdad es que aunque la lluvia le añade un cierto atractivo al monte (sobre todo si no te cae el agua a ti), me hubiera gustado haber podido contemplar el que seguro era un magnífico espectáculo del fondo del valle. ¡¡Quién sabe si algún día volveremos por allí para disfrutarlo (o sufrirlo)!!.

Tras un tramo llano de 2 kilómetros, la pista se vuelve a empinar durante dos kilómetros más, pero ya con una pendiente media que no superaba el 6%. Al finalizar esta nueva subida estábamos ya a escasos 2 kilómetros del final, en el kilómetro 12 de la subida y a más de 1250 metros de altitud.

Justo en ese punto, a dos kilómetros del final, la pista se convierte en una vereda/camino lleno de piedras aunque se puede pedalear sin problemas. Es más lo resbaladizo del terreno que la pendiente en sí. Incluso no es necesario demasiada técnica para superar este tramo.

Al acabar este tramo de vereda, y casi de repente, el camino se abre hacia la carretera del puerto, y en ese momento vemos el alberge y la señal del coll de Mentè….Uffff. Qué sensación más divina saber que has completado la tercera etapa. Casi 70 kilómetros con más de 2200 metros de desnivel acumulado y cuatro puertos de montaña a cual más complicado. Una ruta dura, durísima por los lugares por los que transcurre y por la dificultad añadida de la lluvia con todas sus consecuencias. Pero ya estábamos arriba. Sabíamos que la etapa que nos quedaba era casi de trámite (48 km y 700 de desnivel), y que realmente llegar al coll de Mentè era para nosotros casi como terminar la Pedales de Occitania. Eran las 19:45. 9 horas después de salir de Sant Bertrand y casi 7 horas efectivas encima de la bici.




Tras llegar al refugio, que más que refugio parecía un hotel, de forma que ya quisiera L’Oppidum en Sant Bertrand estar de bien cuidado y tener las comodidades que tiene el albergue de La Soulan (que así es cómo se llama).

El dueño, excelentemente educado y cortés nos ofreció lavar nuestras bicis y guardarlas en su garaje y posteriormente, tras dejar nuestras botas de bici en la entrada del refugio y a buen recaudo, nos dio un par de zuecos de goma y se dispuso a llevarnos hasta nuestra habitación.

La verdad es que para ser un refugio está perfectamente cuidado y con todas las comodidades. La ducha nos supo a gloria. Nos hizo entrar en calor y sentir, después, el placer de vestirse con ropa seca…¡¡un lujo!!.

Nada más ducharnos y cambiarnos bajamos a dar buena cuenta de la inmensa cena que nos sirvieron y Rubén se dispuso a probar una de las cervezas “raras” de la magnífica carta de cervezas con que cuenta el establecimiento. Por recordar lo que nos comimos (yo más que Rubén porque no sé qué me pasaba que durante todo el día tenía un hambre demencial), empezamos con una tortilla de unos 6 huevos con ensalada. A mi no me gusta el huevo, pero era tanta el hambre que tenía que devoré mi mitad en un pis-pas. Tras la tortilla nos ofrecieron un par de trozos de carne de ternera que estaba francamente delicioso. Calculo que en mi plato podría haber fácilmente unos 300 gramos de carne tierna, tierna y hecha exactamente en su punto. A la carne le acompañaba una gigantesca fuente de pasta con queso gratinada al horno. La verdad es que no vi el límite y comí y comí hasta que ya no puede más. Incluso el trozo de pastel de chocolate que nos sirvió de postre cayó en mi estómago sin dificultad.

Una gran cena, con una magnífica charla, sentados al lado de una chimenea encendida, en un entorno genial, un refugio todo de madera excelentemente decorado, hicieron que nos dieran más allá de las diez de la noche.


Exhaustos y con la tripa llena y yo, en particular, penando mis escasas cuatro horas de sueño de la noche anterior, nos dispusimos a subir a la habitación y dormir como lirones sabiendo que lo que nos quedaba era ya pecata minuta comparado con lo que llevábamos.



Track de la tercera etapa: Sant Bertrand de Cominges - Coll de Mentè


Perfil y datos de la tercera etapa

Las crónicas de las demás etapas las puedes encontrar aquí:




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