La noche del domingo al lunes
fue, para mí, horrorosa. El cansancio acumulado y lo incómodo de la cama hizo
que apenas pudiera pegar ojo en toda la noche. Menos mal que Rubén sí que pudo
descansar y que al menos uno de los dos iba a estar lúcido en el etapón que nos
esperaba por delante. Así pues, con escasas cuatro horitas de sueño,
me levanté de nuevo con la sensación de no querer dar ni una sola pedalada más.
Esa maldita sensación de pereza que afortunadamente se quita dos minutos
después de poner el pie a tierra y recuperar la verticalidad.
La tercera etapa de Pedales de
Occitania suele ser, para la mayoría de la gente que hace la ruta, una etapa de
transición. Para esos bikers que eligen la opción de una tercera etapa más
corta, la prueba consta de un primer y tercer día más relajados y un segundo y
cuarto más complicados, siendo el segundo día el peor de los cuatro.
Sin embargo esto que es lo que la
mayoría suele hacer, no era nuestro caso. Nosotros, de común acuerdo elegimos
hacer la tercera etapa más larga, extendiéndola hasta casi 70 kilómetros y más
de 2000 metros de desnivel acumulado. Esta opción nos exigía una segunda y una
tercera etapas duras o muy duras (sobre todo la tercera, la de éste día), y una
cuarta con una dificultad y longitud mínima. Lo hicimos así para que, el cuarto
día pudiéramos estar antes de comer en Viella y poder salir pronto rumbo a
Madrid para estar en casa lo antes posible.
Cuando tomamos esa decisión no
fuimos del todo conscientes del berenjenal en el que nos estábamos metiendo. Si
ya la segunda etapa se puede considerar de las más duras que he hecho en mi
vida, la tercera, en algunos de sus tramos me pareció francamente inhumana, y es
que ya no es solo la distancia y el desnivel, sino que las condiciones meteorológicas
y el estado del terreno añadieron una dureza “extra” con la que no contábamos y
que al fin y a la postre consiguieron dejarnos totalmente exhaustos.
Además, a todo esto hay que añadir
que el desayuno el L’Oppidum fue francamente escaso y muy mejorable. De la cena
de la noche anterior al desayuno había un universo. Lo delicioso y
opíparo de la cena se convirtió en racanería en el desayuno: dos trozos de pan
tostado y un croasán fue todo lo que el buen señor nos ofreció. Es cierto que
nos dijo si nos apetecía más, pero sinceramente más pan con mantequilla no era
lo que nosotros necesitábamos.
Yendo aún más lejos. Si a la
falta de sueño y de descanso le unimos la fatiga acumulada de los otros dos días,
el mal desayuno, tener por delante la etapa más dura, y que además estaba
lloviendo casi a cántaros cuando partimos del hotel de Sant Bertrand, el cóctel
se presentaba francamente desagradable.
Aun así, nuestras ganas de
disfrutar y de empaparnos (literalmente) de los paisajes y lugares que se nos
presentaban, compensaron con mucho los males que arrastrábamos.
De esta forma, y a las 8:40 de la
mañana salíamos bajo un buen aguacero del hotel y partíamos, bajando el rampón
que nos subió hasta la catedral el día anterior hacia nuestra etapa reina…cinco
puertos de montaña con el col de Menté de colofón.
Salida de Sant Bertrand |
Poco a poco la catedral se pierde entre la lluvia y la niebla |
Ya desde el primer minuto las
piernas protestaban. El frío y la humedad no nos dejaban calentar como
deberíamos haberlo hecho en los primeros 7,5 km de terreno llano que teníamos
por delante hasta la localidad de Barbazan y pasando por el centro de
Loures-Barousse. Menos mal que las vistas de la catedral desde lejos nos
sacaban de nuestros males y nos hacían imaginar cómo sería todo aquello hace
más de 1000 años.
Poco a poco empezamos a perder de
vista a la majestuosa catedral de Sant Bertrand y rodando tranquilos por
asfalto y carriles bici, atravesando maizales y campos de cultivo, llegamos a
la localidad de Barbazan. Su lago, que en un día soleado debe mostrar un
paisaje idílico, no tenía demasiado interés en un día lluvioso como el de aquel
día.
Rubén en el Lago de Barbazan |
Lago de Barbazan |
Tras abandonar Barbazan y su lago
empezó la fiesta. Ante nosotros la primera subida del día. Una subida que en
sus primeros metros tiene una pendiente bastante acusada pero que, de nuevo,
con barro y lluvia que encharcaban el terreno y las piedras, se hacía
francamente difícil de subir. La pendiente sostenida de esos primeros 3
kilómetros y medio por camino se convirtieron en una auténtica pared con
terreno arcilloso y pegajoso que hacía que mantenerse encima de la bici fuera
tarea del todo imposible.
Inicio de la subida al coll de Paloumères |
Como siempre, caminos que atraviesan lugares de ensueño |
Así, caminando cerca de 750
metros con las botas llenas de fango y luchando por no resbalar en el barro
botijero y caer a la rodera lateral que venía literalmente llena de agua,
coronamos el coll de les Paloumeres (no confundir con la subida del día
anterior; curiosamente tienen el mismo nombre). Tan sólo llevábamos poco más de
12 km de ruta y yo ya estaba hasta las mismísimas narices de agua y barro.
Menos mal que la bajada desde el
Coll de Paloumeres es divertida incluso en mojado y lloviendo. Esta bajada, de
por sí, justifica el tiempo que estuvimos andando. La pena es que tan sólo
tiene unos 500 metros de longitud y a mí se me hizo especialmente corta. Puedo
decir, casi sin riesgo a equivocarme, que esta bajada es lo único que realmente
disfruté de ese día. No es que no disfrutara del resto, que lo hice, sino que
esta bajada fue lo único que hizo que sonriera.
La bajada del Coll de Paloumeres
termina en una pista forestal preciosa. En constante subida pero con escaso
desnivel durante aproximadamente 3 kilómetros y alternando la pista en buen
estado con tramos por asfalto (pocos), termina en la parte más alta de esta
primera ascensión.
Lástima no poder ver el valle |
La verdad es que fue una pena que
las nubes bajas no nos dejaran ver el valle por el que estábamos pedaleando,
porque una vez visto el track en google earth, adivino unas magníficas vistas a
los pueblecitos del valle. ¿Volveremos para verlos de nuevo?...no creo.
La pista forestal termina en una
carretera que desciende durante unos 3 kilómetros y medio hasta el pueblecito de
Lourde. De nuevo, y perdón por la insistencia, la lluvia no nos dejó disfrutar
atravesando este pueblito que sabíamos que contaba con una curiosidad añadida:
una especie de estatuas de un material parecido a la madera que los habitantes
del pueblo cuelgan de tejados, farolas y árboles. Lamentablemente tan sólo
conseguimos ver una, y es que el agua que caía desde arriba, y el agua que
venía desde abajo expulsada por las ruedas de la bici apenas nos dejaban ver
unos pocos metros más adelante.
De Lourde a Saint-Pé-d’Ardet hay
tan sólo un kilómetro. Ya habíamos recorrido 23 de los 67 kilómetros de la
etapa de hoy. Eran cerca de las 11:30 – 12:00 de la mañana y gracias al escaso
desayuno y las fuerzas gastadas en la ascensión al primer puerto del día,
nuestras reservas estaban al mínimo. Así pues, mientras en la calle no dejaba
de llover, Rubén y yo decidimos que era hora de parar a comer en un pequeño
bistrot de Ardet. La verdad es que ponerse a cubierto después de más de tres
horas de lluvia continua es un auténtico placer.
Quitarse el chubasquero, el casco
y los guantes, todo ello empapado es una delicia en sí mismo. Lo malo es volver
a ponérselo otra vez…
En el bar había 4 personas que
charlaban amigablemente entre ellos hasta que nos preguntaron por la ruta que seguíamos. Mal que bien, y tras pedir un par de bocadillos de jamón y queso
(deliciosos, por cierto, calientes y con queso brie), nos hicimos entender y
les contamos desde donde veníamos y hasta donde íbamos. La cara de alguno de
ellos fue un poema. Ponían cara de “estos no llegan ni a la mitad”, o caras de
“madre mía en qué lío están estos”. Ante esas caras, decidimos continuar con
nuestros bocatas y no prestar atención a sus caras de asombro.
La verdad es que las gentes que
nos fuimos encontrando, y en particular estos 4 personajes, se portaban muy,
pero que muy amablemente. Incluso el dueño del bar, al irnos, nos acompañó
hasta la puerta, lo que yo aproveche para preguntarle casi por señas si esta
lluvia iba a durar mucho. Miró hacia el cielo, giro su cabeza de un lado al
otro y nos dijo en un español chapurreado: “va a llover todo el día…”.
Rubén y yo, resignados ante tal
afirmación salimos de allí despidiéndonos muy amablemente y comentando entre
nosotros que como esta lluvia continuara, tiraríamos por carretera hasta
nuestro primer objetivo: la localidad de Aspet de la que nos separaba una
segunda subida, la subida al coll des Ares, aunque a decir verdad teníamos que subir bastante más
arriba del puerto.
Afortunadamente, y muy pocos
minutos después de la predicción equivocada del dueño del bar, dejó de llover, con lo que
la decisión de si ir por carretera o por monte estaba tomada: por monte, que a
eso hemos venido.
La subida al coll de Ares empieza
justo en el pueblo de Saint-Pé-d’Ardet y como no, en un desvío casi inesperado
desde la carretera principal. La subida, en su tramo inicial es a través de una
vereda en franca subida (cerca de un 10%), con el suelo cubierto de piedras
redondas formando una especie de calzada rural muy resbaladiza y sobre la que
nuestras ruedas traseras no encontraban tracción. Eso sí, de la misma forma que
subir aquello no me gustó nada, he de decir que el entorno es una auténtica maravilla.
De nuevo un bosque cerrado, como si el camino fuese un túnel. Es increíble cómo
aunque atravieses decenas de caminos como éste, nunca acabas por asombrarte y
disfrutar de su belleza.
Inicio de la subida al coll de Ares |
El camino se convierte en vereda |
La primera subida deja paso a un
falso llano que discurre por un camino empedrado y dentro del bosque. Dicho
camino, después de una buena rampa se abre de entre la espesura y se convierte
en una frondosa vereda en franca subida que desemboca en la carretera que
corona el coll de Ares. Hasta aquí la subida no es demasiado complicada. La
verdad es que tanto Rubén como yo estábamos concienciados de que nos íbamos a
encontrar una subida muy similar a la del primer puerto, y de eso nada. La
subida hasta el coll de Ares es inmensamente más bonita y entretenida. Incluso ya
sin llover la vida se veía de otra manera. Ambos estábamos ya bastante animados
y la idea de llegar en poco tiempo a Aspet, localidad que sirve como base para
la subida al tercero de los puertos del día, nos animaba bastante. Es más, Rubén
empezó a sacar de sí su buen humor y sus dichos manchegos, y la penosidad del
principio de la jornada se estaba convirtiendo en una animada media mañana. Y
es que gracias a esos dichos manchegos y a esos cánticos rurales, nuestro amigo
Rubén acaba animando hasta a las piedras.
Coll de Ares |
Coronar el coll de Ares no
significa terminar la subida. Desde el coll de Ares aún nos quedaban 2
kilómetros de ascensión y cerca de 100 metros de acumulado para terminar. Sin
embargo la pendiente más suave, el magnífico entorno por el que transcurren
esos dos kilómetros tras abandonar la carretera de subida al puerto, y la
magnífica sensación de pedalear sin lluvia hicieron de esos kilómetros un paseo
agradable. ¡¡Incluso volvieron las ganas de hacer fotos!!.
Senderos más arriba del Coll de Ares |
Bosques de ensueño |
Parecen túneles |
Tras acabar de subir más allá del
coll de Ares, comenzamos el descenso hacia el pueblo de Izaut-de-l’Hôtel. Es
curioso lo que sucede en Pedales de Occitania. La bajada empieza en una pista
perfectamente asfaltada, pero a escasos metros de empezar, el track se desvía
hacia la izquierda para atravesar veredas, senderos y caminos por doquier para
que, unos metros más adelante, volver a enlazar con la pista asfaltada y de
nuevo volver a desviarse por un nuevo sendero o trialera.
Toda la bajada trascurre por
terrenos diversos, pero siempre con cierta dificultad añadida. Unos tramos con
piedras y raíces, otros con barro y fango, otros con roderas y charcos. En
definitiva, una bajada técnica que a mí me costó una caída afortunadamente sin
consecuencias. En un tramo revirado lleno de raíces y piedras, todo empapado
por las lluvias, cuando el camino giraba de repente hacia la derecha y con un
buen desnivel, frené para colocar la rueda delantera y la coloqué mal; la giré
justo en una raíz empapada que hizo que la rueda delantera patinara y yo saliera
despedido cuesta abajo por el lado derecho de la bici. Magulladuras en las
rodillas y en el hombro derecho sin apenas consecuencias y por culpa del pedrolar en el
que caí.
Allí, arriba, es donde me fui al suelo |
Sin más, levanté mi bici casi
cuando Rubén llegaba a mi altura, y seguimos nuestro camino hacia Izaut´de´l’Hôtel.
Es en su tramo final cuando la bajada se complica extremadamente. Un pedrolar
de esos que sólo se pueden bajar andando con escalones de más de un metro de
altura entre raíces y curvas reviradas. Un entorno de DH para una ruta de
resistencia y que según mi opinión estaba totalmente fuera de lugar y más cuando
pudimos comprobar después de bajar andando, que había una alternativa ciclable
a unos pocos metros.
Bonito pedrolar |
Último tramo antes de Izaut-de-l'Hôtel |
De cualquier forma, estábamos ya
en Izaut, kilómetro 33 de la etapa y prácticamente a la mitad. Una parada para
tomar aliento y una barrita, observar el río Le Job y la magnífica panorámica
que ofrece a su paso por la localidad, y en muy pocos minutos de nuevo subimos
a las monturas y retomamos el camino, que en sucesión de falsos llanos y algún que
otro sube-baja por caminos rurales que de vez en cuando se adentraban en
pequeños bosques, atraviesa la localidad de Gouillot para tomar dirección hacia
Buchet.
Izaut-de-l'Hôtel y el río Le Job |
Izaut-de-l'Hôtel |
Por esta última localidad no
llegamos a pasar puesto que el camino rural desemboca directamente en la
carretera D5, una anchísima vía recién asfaltada que con más miedo que
vergüenza (sobre todo yo), nos tocaba ciclar. Y es que por estas vías de
tráfico rápido sufro más de lo normal. Me dan pánico los coches pasando tan
rápido y tan cerca (y eso que por esas latitudes el respeto al ciclista es
exquisito), mi pulso se me acelera y mis piernas tratan de ir mucho más rápido
de lo que mi corazón puede resistir.
Carretera hacia Aspet |
De esta forma, y durante unos
escasos pero eternos (para mi) 2 kilómetros rodamos por la carretera para llegar
por fin a la localidad de Aspet.
En Aspet, tomando un desvío a la
izquierda, y llevándonos monte arriba cuando una pista nos llevaba
directamente, el track pasa por Le Bois Perché, una especie de complejo de
recreo donde teníamos que sellar el libro de ruta antes de continuar nuestra
marcha. Eran ya las 14:30 de la tarde, y como es sabido que en Francia a esa
hora ya no es posible comer en ningún sitio, nos acercamos, ladera abajo hasta
un supermercado donde compramos unos sándwiches y unas bebidas que nos tomamos
en el aparcamiento.
Comida en el aparcamiento de un supermercado |
Una vez avituallados, volvimos
ladera arriba de nuevo para retomar a la altura de Le Bois Perché el track que
nos llevaría hasta la siguiente subida del día, el coll de Mortis.
A la salida de Aspet fue cuando
sucedió la avería del día. El desviador de la bici de Rubén no engranó bien el
plato pequeño en una subida un tanto complicada y llena de piedras, y la cadena
se alojó entre el cuadro y el plato pequeño. Un poco de paciencia y algo de
habilidad por nuestra parte y la cadena volvió a su lugar unos 10 minutos más
tarde.
Senderos a la salida de Aspet. |
Las piernas ya empezaban a
protestar cuando, a la altura de Girosp la pista asfaltada del coll de Mortis
empezó a empinarse de una manera desmesurada. Sin duda estas rampas son, con
mucho, las más duras de toda la Pedales de Occitania. Y en nuestro caso se
daban dos circunstancias. Por una parte estas rampas las subimos con más de 40
kilómetros y dos puertos complicados encima y además eran el preludio de lo que
nos esperaba en el ascenso al último y más largo de los puertos de hoy, el coll
de Mentè.
Normalmente, la gente que hace
Pedales de Occitania, termina esta etapa en Aspet, y es el cuarto día cuando,
al principio de la etapa, suben Mortis y Menté, pero nosotros, como dije al
principio, optamos por alargar el tercer día para que el siguiente pudiéramos
llegar pronto a Viella.
Pues bien, mi opinión es que
hacer la Pedales así, con unas segunda y tercera etapas tan duras es algo que
roza la temeridad. El coll de Mortis y el coll de Menté después de haber subido
Paloumeres (25 km como dije en la crónica de éste día) en la segunda etapa, y
el coll de Paloumeres y coll de Ares en la tercera, es una brutalidad, sobre
todo en las condiciones del terreno y condiciones climatológicas que nos tocó
sufrir.
Las rampas del coll de Mortis son
de tal magnitud que hay un momento que los cuádriceps echan humo. Mi GPS llegó
a marcar un 25% de desnivel positivo durante más de 500 metros…una salvajada.
Yo dividiría la subida en tres
partes. Una primera asfaltada de más o menos un kilómetro y medio donde el
desnivel es brutal (entre un 21 y un 25%), y que cuando terminamos de subir
tuvimos la oportunidad de comprobar que hasta los vehículos a motor, en nuestro
caso una furgoneta de mantenimiento de carreteras, tenían serias dificultades para subir…el
motor casi reventaba de lo revolucionado que iba mientras que las ruedas patinaban en el asfalto en busca de tracción…
La segunda parte de la subida es
por pista forestal, con un desnivel menos acusado, quizá del 16-18% durante un
kilómetro y que suaviza bastante a partir de ese punto y durante unos 200
metros más. En esta parte a Rubén le dio un subidón y empezó a ascender como si no
hubiese futuro. De hecho en menos de 300 metros y después de un insufrible
rampón lleno de piedras que yo hice andando y él encima de la bici, le perdí de
vista.
La tercera parte de la subida es
por sendero. No tiene más de 500 metros, pero hay zonas que son imposibles de
ciclar. Y no sólo por el desnivel, que alcanza en ese tramo una media del 10%,
sino además por lo técnico de la subida y la imposibilidad de encontrar
tracción por culpa del barro. Ese sendero en subida nos volvió a dejar en el interior de un bosque tupido, como es el común de las etapas de
Pedales.
La bajada, el principio es rápida
y fácil por un terreno no demasiado complicado y que agarraba bien. Lo malo es
que todo lo bueno se acaba, y el coll de Mortis se estaba empezando a convertir
en una de las bestias pardas de toda la ruta. La bajada se transforma, en un momento
dado y tras abandonar el bosque, en una senda de cabras imposible de ciclar al
menos para nosotros con riesgo a una caída segura. Un sendero de no más de
medio metro de ancho totalmente cubierto de piedras muy sueltas del tamaño de
una manzana. Así pues, pie a tierra y a caminar durante algo más de un
kilómetro.
Y es que caminar bajando no sólo
no te da descanso alguno, sino que además te machaca los cuádriceps y tienes la
sensación de que no compensas las bajadas con todo lo que has sufrido en la
subida. Pero si ese hubiera sido el único mal, hubiera sido pasable, lo malo es
que a la sensación de cansancio por la subida y posterior bajada del coll de
Mortis, se añadía que estaba empezando a llover y que monte arriba veíamos como
la niebla se cerraba.
Casi sin descanso, y tras tomar
un gel yo y una barrita Rubén, empezamos a subir el que sería el cuarto puerto
del día y que nos llevaría desde los 600 metros de altitud al principio de la
subida hasta los 1340 metros del coll de Mentè en 14 kilómetros casi exactos.
Tan insufribles como los primeros
kilómetros del coll de Mortis son los 2,5 kilómetros iniciales de la subida al
coll de Mentè. La primera rampa, de unos 700 metros, por asfalto y al 12-14% ya
te pone en tu lugar. Y es que estas rampas después de 50 km son casi inhumanas
(al menos para mí). Pero más inhumano es ver cómo la pista se vuelve a empinar
hasta alcanzar un brutal 20% en el tramo medio de los 2,5 km. Y esto no acaba
aquí. La lluvia estaba empezando a pasar de calabobos a aguacero de forma que
ambos teníamos la sensación de estar nadando más que pedaleando.
Afortunadamente la pista
asfaltada acaba, lo que quiere decir en la mayoría de los casos que los grandes
desniveles han acabado (cosa que en este caso es del todo cierta). Los rampones
del 12-14% acaban en un kilómetro ya por pista sin asfaltar a un 5-6% de
desnivel.
Es en ese momento, en el que has
acabado de subir la parte más complicada, en el que te encuentras encharcado,
con la cabeza y las piernas empapadas, los guantes soltando agua casi a chorros
y la sensación de que si te paras te vas a congelar, cuando tiras monte arriba
sin poder ver más que nubes, agua y charcos. Cuando empiezas a encerrarte en
tus pensamientos y dejas de hablar absorto, abstrayéndote de lo que te rodea para
buscar en tu concentración algo agradable en lo que pensar o algo desagradable
que matar con tu esfuerzo.
Recuerdo esta parte de la subida
al coll de Mentè (y Rubén también lo recuerda así), como un período de tiempo
de reflexión. Las piernas te arden, estás empapado y casi aterido de frío, pero
te encierras en ti mismo y sólo eres capaz de dar pedales de forma mecánica y
escuchar el ruido de las ruedas rodando sobre el terreno y el rumor de las
gotas de lluvia al caer. Y es que estos momentos de concentración y reflexión
son lo que hacen grandes a estas rutas. Hay momento para todo, incluso para
sumergirte en ti mismo sin ver nada más independientemente de las condiciones
en las que te encuentres.
Menos mal que a estos tramos
iniciales le sigue un llano de cerca de un kilómetro que nos hace avivar la marcha.
Por entonces ya habíamos ascendido casi 400 metros en 5 kilómetros y sólo nos
quedaban 9. Contábamos los kilómetros como si fueran uvas de navidad….¡¡ya sólo
quedan 9!!, ¡¡ya sólo quedan 8…7, 6….!!!. Cada kilómetro que caía era un
triunfo en sí mismo y nos acercaba más al calor del refugio y a una ducha y
cenas reparadoras.
Eran ya cerca de las 18:00 de la
tarde cuando, después de terminar el primer tramo llano, seguimos subiendo y
subiendo pero ya con un desnivel bastante más suave, aunque alguna rampita
rompepiernas había de por medio. Éste nuevo tramo de subida de unos 2
kilómetros de longitud, nos dejaba a 1100 metros de altitud después de haber
recorrido ya casi 8 kilómetros desde la base (ya sólo quedaban 6).
Tras ese segundo tramo en subida,
un nuevo escalón llano nos soltaba las piernas, y es aquí cuando empezamos a
ver corzos. Al principio un par de ellos, una hembra y su cría, atravesaron la
pista a una velocidad endiablada, y un poco más adelante, Rubén tuvo la ocasión
de contemplar a un macho y tres hembras que estaban parados en medio del camino
y que desaparecieron en el interior del bosque en cuanto le vieron.
Incluso uno de ellos estuvo a
punto de descalabrar a Rubén. Monte arriba escuchábamos algo moverse, cuando de
repente una piedra enorme, seguramente desplazada por el corzo al iniciar su
marcha, cayó a escasos metros de Rubén.
Todas estas cosas le añadían
cierto interés a nuestra empapada subida. Y la verdad es que aunque la lluvia
le añade un cierto atractivo al monte (sobre todo si no te cae el agua a ti),
me hubiera gustado haber podido contemplar el que seguro era un magnífico
espectáculo del fondo del valle. ¡¡Quién sabe si algún día volveremos por allí
para disfrutarlo (o sufrirlo)!!.
Tras un tramo llano de 2
kilómetros, la pista se vuelve a empinar durante dos kilómetros más, pero ya
con una pendiente media que no superaba el 6%. Al finalizar esta nueva subida
estábamos ya a escasos 2 kilómetros del final, en el kilómetro 12 de la subida
y a más de 1250 metros de altitud.
Justo en ese punto, a dos
kilómetros del final, la pista se convierte en una vereda/camino lleno de
piedras aunque se puede pedalear sin problemas. Es más lo resbaladizo del
terreno que la pendiente en sí. Incluso no es necesario demasiada técnica para
superar este tramo.
Al acabar este tramo de vereda, y
casi de repente, el camino se abre hacia la carretera del puerto, y en ese
momento vemos el alberge y la señal del coll de Mentè….Uffff. Qué sensación más
divina saber que has completado la tercera etapa. Casi 70 kilómetros con más de
2200 metros de desnivel acumulado y cuatro puertos de montaña a cual más
complicado. Una ruta dura, durísima por los lugares por los que transcurre y
por la dificultad añadida de la lluvia con todas sus consecuencias. Pero ya
estábamos arriba. Sabíamos que la etapa que nos quedaba era casi de trámite (48
km y 700 de desnivel), y que realmente llegar al coll de Mentè era para
nosotros casi como terminar la Pedales de Occitania. Eran las 19:45. 9 horas
después de salir de Sant Bertrand y casi 7 horas efectivas encima de la bici.
Tras llegar al refugio, que más
que refugio parecía un hotel, de forma que ya quisiera L’Oppidum en Sant
Bertrand estar de bien cuidado y tener las comodidades que tiene el albergue de
La Soulan (que así es cómo se llama).
El dueño, excelentemente educado
y cortés nos ofreció lavar nuestras bicis y guardarlas en su garaje y
posteriormente, tras dejar nuestras botas de bici en la entrada del refugio y a
buen recaudo, nos dio un par de zuecos de goma y se dispuso a llevarnos hasta
nuestra habitación.
La verdad es que para ser un
refugio está perfectamente cuidado y con todas las comodidades. La ducha nos
supo a gloria. Nos hizo entrar en calor y sentir, después, el placer de
vestirse con ropa seca…¡¡un lujo!!.
Nada más ducharnos y cambiarnos
bajamos a dar buena cuenta de la inmensa cena que nos sirvieron y Rubén se
dispuso a probar una de las cervezas “raras” de la magnífica carta de cervezas
con que cuenta el establecimiento. Por recordar lo que nos comimos (yo más que
Rubén porque no sé qué me pasaba que durante todo el día tenía un hambre
demencial), empezamos con una tortilla de unos 6 huevos con ensalada. A mi no me
gusta el huevo, pero era tanta el hambre que tenía que devoré mi mitad en un
pis-pas. Tras la tortilla nos ofrecieron un par de trozos de carne de ternera
que estaba francamente delicioso. Calculo que en mi plato podría haber fácilmente
unos 300 gramos de carne tierna, tierna y hecha exactamente en su punto. A la
carne le acompañaba una gigantesca fuente de pasta con queso gratinada al
horno. La verdad es que no vi el límite y comí y comí hasta que ya no puede más.
Incluso el trozo de pastel de chocolate que nos sirvió de postre cayó en mi
estómago sin dificultad.
Una gran cena, con una magnífica
charla, sentados al lado de una chimenea encendida, en un entorno genial, un
refugio todo de madera excelentemente decorado, hicieron que nos dieran más
allá de las diez de la noche.
Exhaustos y con la tripa llena y
yo, en particular, penando mis escasas cuatro horas de sueño de la noche
anterior, nos dispusimos a subir a la habitación y dormir como lirones sabiendo
que lo que nos quedaba era ya pecata minuta comparado con lo que llevábamos.
Las crónicas de las demás etapas las puedes encontrar aquí:
Track de la tercera etapa: Sant Bertrand de Cominges - Coll de Mentè |
Perfil y datos de la tercera etapa |
Las crónicas de las demás etapas las puedes encontrar aquí:
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