La tarde del viernes 11 de septiembre, Rubén y yo partimos desde Madrid rumbo a Viella. Un viaje tranquilo nos dejó unas horas después en el
hotel Riu Nere, un hotel sin demasiadas pretensiones pero muy correcto e
igualmente conocido por nosotros, ya que el año pasado también iniciamos aquí
nuestra aventura en la Pedales de Foc. El único pero del hotel fue que en la
cena yo esperaba encontrarme el menú del año anterior y poder comerme una olla
aranesa como dios quiere manda, pero el menú ha sido modificado, y me quedé sin
mi olla aranesa; así que habré de volver a dar buena cuenta de ella.
Una cena con tertulia y un paseo
tranquilo por Viella visitando la puerta de la sede de Pedales del Mundo y por
la ribera del río Garona fueron las dos únicas cosas que hicimos antes de
irnos a dormir.
La mañana del sábado empezaba
bien. Ambos habíamos descansado estupendamente. Lo “malo” empezó a la hora del
desayuno, y no porque el buffet estuviera mal, todo lo contrario, sino porque
fue en ese momento cuando nos percatamos que afuera, en la calle, la lluvia
había hecho aparición. La verdad es que cuando uno va por estos lugares sabe
que estas cosas pueden pasar y mentalmente uno ya está preparado para que la
lluvia sea un ingrediente más, al fin y al cabo nadie puede controlar la
meteorología.
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El día se presenta complicado por la lluvia en Viella |
Rodeados de jubilados franceses
que venían aparentemente a hacer senderismo por la zona acabamos nuestro frugal
desayuno y subimos a la habitación a prepararnos para la aventura. Una vez
vestidos de romano cogimos nuestras bicis y nos dispusimos a darles los últimos
toques: revisar la presión de las ruedas, de las amortiguaciones y limpiar y
engrasar la cadena. Al fin y al cabo ellas serían protagonistas a partes
iguales de esta aventura que estaba a punto de comenzar.
Tras la revisión de las bicis nos
acercamos de nuevo a la sede de Pedales del Mundo. Una foto marcó el inicio de
las cuatro etapas que trataríamos de vivir con toda intensidad. Y bajo una
lluvia intermitente a veces cercana al aguacero, iniciamos nuestra marcha
camino del primer objetivo: Bagneres de Luchon.
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Km 0 de la ruta...en cuatro días estaremos de vuelta aquí |
Salir de Viella y atravesar la
localidad cercana de Gausac es todo uno. Prácticamente están adosadas, tanto
que si no fuera por las señales, diríamos que aún estábamos en Viella. De lo
que desde luego sí que nos dimos cuenta fue de los primeros rampones. Llegar a
Gausac y empinarse la carretera fue todo uno. Dos kilómetros a cerca del 10%
nos daban la bienvenida a Pedales de Occitania. Afortunadamente para mí estos
primeros kilómetros son por carretera intransitada, lo que hace que mi ciclar
sea más vivo y menos penoso y permitiendo que mis piernas se pudieran calentar.
Menos mal que en este momento ya no llovía aunque las nubes, extremadamente
bajas no presagiaban que se mantuviera así.
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Localidad de Gaussac |
Nada más subir la pista asfaltada
de Gausac, se inicia la bajada hacia la carretera nacional que recorre todo el
valle de Arán (N-230). La bajada ya no es por pista, sino por un sendero
precioso y peligroso a partes iguales. Y no peligroso porque el sendero fuera
extremadamente técnico, sino porque la lluvia había hecho de las suyas y la
humedad de las piedras, lisas todas ellas y el barro, hacían que bajar por él
fuera más arriesgado de lo que sería en condiciones más secas.
Ya habíamos probado el aperitivo
de la Pedales de Occitania…subir, subir y subir para bajar por lugares
increíbles, todos ellos senderos, caminos , veredas…Sinceramente pensé: “esto
me cuadra totalmente con lo que he leído…”, y es que ese primer sendero era ya
espectacular, bonito, cerrado, con partes técnicas y partes rápidas, en el interior de un bosque
precioso.
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Primer sendero de la Pedales...¡¡qué pasada!! |
La bajada por el sendero nos dejó
justo en la salida del Cami Reiau, camino que nos traerá hasta este mismo punto
dentro de cuatro días y que en esta primera etapa nos deja atravesando la
carretera nacional a la altura de Aubert para casi sin respiro, abandonar dicha
carretera para empezar a subir por un camino lleno de hierba y empapado que
tiraba hacia atrás de las ruedas de la bici y haciendo mucho más difícil la
ascensión hasta el pueblo de Arros.
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Aubert |
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Arros. Una vista magnífica con el mar de nubes de fondo |
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La subida a Arros es petadora como pocas |
Arros es uno de esos pueblecitos
en los que no parece que viva nadie (y menos en un día así, lluvioso y húmedo)
y en los que la torre de su iglesia se yergue por encima del resto de
construcciones. Un pueblo de fachadas grises con balcones de madera y tejados
de pizarra que nos sirve también de aperitivo a la arquitectura de la zona.
La salida de Arros nos conduce en
ligera bajada al fondo del valle de Varradòs. El valle, cerrado como pocos está
recorrido por el río del mismo nombre, afluente del Garona. En el valle de
Varradòs (Barrados en castellano) una carretera de montaña, estrecha pero
asfaltada, nos lleva en ligera ascensión hacia el fondo del valle transitando
justo al lado del río. El cruce del puente conocido como Palanca de Dessus que nos lleva hacia la otra ladera
del valle marca el principio de la subida que trepa por la montaña con una
fuerte pendiente y encajonada entre gigantescas laderas cubiertas de un
impresionante bosque mixto de abetos y hayas. La carretera, en franca subida, a
veces de hasta el 12-14% y durante 4 kilómetros, se asoma de vez en cuando
sobre el fondo del valle que se eleva sobre el eje propio del valle de Arán y
nos permite contemplar las montañas circundantes entre las que se encuentra el
macizo del Aneto.
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Vall de Varradòs |
Durante la subida pudimos
contemplar espectáculos naturales asombrosos que de estar despejados no
hubiéramos podido disfrutar. La niebla en el fondo del valle. Un mar de nubes
espectacular que de vez en cuando ascendía ladera arriba y que se deshacía al
alcanzar altura. Era como si el fondo del valle estuviera hirviendo y el vapor de
la cocción ascendiera ante nuestros ojos.
Llegando a la altura de la ermita
de Sant Miquèu que se erige a lo alto de un cerro, a bastantes metros por
encima de nuestras cabezas, el terreno ya se vuelve llano e incluso en bajada.
Es precisamente a la altura de dicha ermita cuando el bosque se despeja dando
lugar a un mirador natural que nos dejó impresionados. Había muchas nubes, sí,
había mucha niebla, sí, pero éramos capaces de distinguir la silueta del pico
Aneto a nuestra izquierda y las antenas y torres de electricidad que a buen
seguro nos llevarían al alto del Portillón a lo largo del día.
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Eso de allá, al fondo, es el macizo del Aneto |
Para nuestra “desgracia”, justo
en ese momento empezó a llover de nuevo. La lluvia ya no era fina, era un
auténtico aguacero que para más inri nos pilló en plena bajada por carretera.
La velocidad de la bajada y la lluvia intensa nos dejaron totalmente helados,
temblones de frío.
Unos pocos kilómetros más tarde
abandonábamos la carretera hacia una pista forestal que acabaría convirtiéndose
(en un segundo desvío) en un camino rural, que atravesando una preciosa pradera
de un verde extremadamente intenso, nos condujo directamente hasta la localidad
de Bossost. Estábamos ya en el kilómetro 26 de los 54 que nos tocaba recorrer
en esta primera etapa. Ya habíamos probado las “mieles” de las subidas, ya
habíamos probado los senderos de bajada, los caminos y las magníficas vistas.
Una forma espectacular de empezar, aunque el frío que teníamos Rubén y yo a
esas alturas no nos hacía pensar en lo que habíamos vivido de una manera
positiva. Más bien pensábamos que si era esto lo que nos esperaba el resto del
día y el resto de las etapas, la aventura se iba a convertir en un auténtico
calvario.
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Mar de nubes en el Vall d'Aran. Al fondo el Aneto |
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Llegada a Bossòst |
Afortunadamente un buen bocadillo
de jamón para mí y de bacon y queso para Rubén (eran ya las 12:30 de la
mañana), nos hicieron cambiar de opinión. Bueno, los bocadillos y el poder
secarnos algo bajo el toldo de la cafetería mientras fuera del toldo caía la
mundial.
Sin parar de llover y con el
estómago lleno, reiniciamos la marcha camino de lo que sabíamos era la subida
“dura” (como si la primera no lo hubiera sido) del día: El col del Portillón
(Portilhon en aranés) y que nos llevaría a cruzar la frontera hacia el país
vecino camino de Luchon.
Como no todo es desgracia y según
dicen los creyentes dios aprieta pero no ahoga, la lluvia cesó minutos después
de subirnos en la Stumpjumper y la Scalpel. Eso sí, aún estábamos temblones y
ateridos de frío y yo, en contra de mis convicciones, estaba deseando empezar a
subir ya (lo que hace el frío). Mis deseos fueron órdenes, y la salida de
Bossost por carretera nos llevó hasta una glorieta en la que sendas señales nos
advertían de lo que nos esperaba. En realidad no era así, sino que advertía a
los ciclistas de carretera que el Portillón tenía 8 km de longitud a una media
del 9%. Para nosotros no era así, era mucho peor…nos esperaban 12 kilómetros de
subida con esa misma media y por terreno bastante más desfavorable que el
asfalto.
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A nosotros nos tocó subir mucho más que lo que pone en el cartel (es por carretera) |
Aun así, los primeros 5
kilómetros los subimos por carretera. Un dato que me pareció curioso es que el
porcentaje de desnivel aumentaba un punto en cada kilómetro. En el primer
kilómetro el porcentaje medio era de un 5%, en el segundo un 6, en el tercero
un 7, en el cuarto un 8 y en el quinto (y último por carretera para nosotros),
un 9%. Supongo que los últimos 3 km por carretera han de ser bastante difíciles
para alcanzar la media total de un 9%.
Como era de presagiar, ya el
primer kilómetro nos quitó el frío. Como siempre, Rubén, con unas dotes de
escalador mucho mejores que las mías, se me escapaba varias decenas de metros,
pero enseguida paraba para esperarme. Yo, a mi ritmo chino-chano, llegaba a su
reagrupación con más pena que gloria (mira que sufro en las subidas….).
El kilómetro 5 de la subida
marcaba un antes y un después. Justo a la altura de un mirador al cual no nos
asomamos puesto que todo era niebla y mar de nubes, tomamos un desvío a la
derecha hacia una contundente rampa cuyo terreno, pegajoso todo él por la lluvia,
estaba salpicado de piedras. Leí en alguna crónica que era un auténtico
pedrolar, pero sinceramente a mí no me lo pareció, más bien era un camino de
montaña, algo técnico con piedra suelta, pero perfectamente ciclable aunque su
pendiente sostenida durante algo más de 500 metros fuera de más de un 10%.
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Mirador justo donde la carretera se desvía a la pista forestal |
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Primeras rampas por pista hacia el Coll de Portillón |
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Impresionante foto. ¡Gracias Rubén! |
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Ese día Rubén estaba inspirado con la cámara. Subida al Portillón |
Los primeros metros daban paso a
un desnivel menos acusado pero con un terreno igualmente difícil. Y es justo
aquí, aproximadamente unos 750 metros después de abandonar el asfalto, cuando
me sucede la “anécdota” del día. De repente, al coger mi cámara para hacer
fotos, me doy cuenta de que he perdido las gafas que llevaba colgadas de la
cinta de la mochila. Primero pensé si me merecía la pena volver a por ellas
(sabía que estaban en el camino y no en el asfalto porque las coloqué a la
salida del mismo) ya que Rubén, me ofrecía una de las suyas que tenía de
repuesto en la maleta. Pero me pudo el lado tío Gilito y pensar que unas gafas
que me había comprado hacía menos de una semana no podían quedarse a vivir
allí. Así que ni corto ni perezoso volví sobre mis pasos. Fue en ese momento
cuando me di cuenta de la dimensión de lo que habíamos subido…y es que no sé
porqué sólo somos conscientes de lo que subimos cuando lo bajamos y de lo que
bajamos cuando lo subimos.
En la bajada no las encontré, y
eso que me fui de nuevo hasta la carreta…pero a la subida sí que me topé con
ellas sumergidas a medias en un charco…menos mal que mi esfuerzo dio sus frutos
y que no me hice esa maldita subida dos veces en vano.
Tras el incidente con mis gafas
continuamos subiendo hacia el puerto. Los 7 kilómetros restantes son una
constante sucesión de rampas con un nivel considerable seguidas de un desnivel
más asequible. No recuerdo esta subida especialmente complicada; tan sólo el cansancio
acumulado en el resto del día y el esfuerzo de rodar con lluvia y el suelo
embarrado y mojado añadían un plus de dificultad. Menos mal que justo después
de mi incidente con las gafas dejó de llover e incluso el sol nos regaló su
aparición y sus rayos para que pudiéramos disfrutar de las vistas y de rodar
seco. Bueno, en realidad, secos nosotros, porque el suelo estaba totalmente
encharcado.
Justo cuando la pista suaviza su
pendiente, unos metros antes de un ligero cresteo por el alto, un mirador natural
desde el cual nos asomábamos al Valle de Arán observando con satisfacción por
dónde habíamos venido y todo lo que habíamos subido nos regaló un nuevo momento
mágico. De repente un buitre ascendió desde el fondo del valle y se nos
presentó a escasos metros de nuestras cámaras. Planeaba con una facilidad
pasmosa aprovechando las corrientes térmicas que producía el sol recién salido
de su escondite tras las nubes. Y no fue el único; de repente cerca de quince
buitres copiaron lo que hizo su hermano y de repente nos vimos con una bandada
que planeaba por encima de nuestras cabezas. Pasaban muy, muy cerca; tanto que
éramos capaces de distinguir sus ojos y observar como su cabeza giraba en una u
otra dirección.
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El show de los buitres |
Tras el espectáculo de los
buitres, y una vez que éstos se alejaron cielo arriba, Rubén y yo, sabiendo que
ya habíamos subido por hoy todo lo que teníamos que subir (o eso creíamos), nos
dispusimos a terminar de llegar hasta el Col du Portillon (ya en francés), y
hacernos unas fotos en el cartel del puerto y en el hito que señala que estamos
a punto de cruzar hacia el país vecino.
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Segundo puerto del día coronado. Ya estamos en Francia. |
El descenso del puerto por el
lado francés es por carretera. Rapidísimo. Una sucesión de curvas a derechas y
a izquierdas nos lleva casi al lugar donde la carretera comienza a volverse
plana. Pero amigos, esto es Pedals de Occitania, y si algo aprendimos Rubén y
yo el año pasado en Pedals de Foc, es que cada etapa encierra una sorpresa, y
la sorpresa de esta etapa empezaba en una salida de la carretera que se
convertía en pista forestal que, de repente, se empinaba de lo lindo hasta
alcanzar cerca de un 12-14% durante unos 2 km con rampones al 18%. ¿Y para qué
subir de nuevo si ya no quedaba nada para llegar a Bagneres?, pues la respuesta
es muy sencilla y es idéntica para todas las etapas de la Pedals: subir, subir
y subir para bajar por algún sendero, trialera, camino o vereda encerrada en el
bosque. Y así sucedió en este caso.
De repente abandonamos la pista
forestal por la derecha hacia una vereda que empieza en una bajada de unos 50
metros con un desnivel bastante acusado. A partir de aquí se inicia una de las
bajadas que recuerdo como más bonitas. Un camino espectacular que desciende por
un bosque impresionante. Lástima que el suelo estuviera tan empapado porque
supongo que estando todo seco bajar por este sendero debe ser una auténtica
delicia. La bajada inicial por un camino con largas rectas da paso al resto de
la bajada, vertiginosa por unas zetas imposibles, estrechas, donde las 29 no se
desenvuelven especialmente bien; el mayor ángulo de giro no permitía en
ocasiones trazar con seguridad cada curva de 180 grados.
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Segunda ración de senderos del día..¡y qué senderos! |
La bajada final es
indescriptible. El bosque cerrado, las hojas secas en el suelo y el olor del
terreno mojado dejan una huella imborrable. Lástima que la bajada se acabase y
desembocara de nuevo en la carretera que ya, con una pendiente mucho menos
acusada, casi llana, nos lleva directamente a la localidad de Saint-Mamet,
vecina de nuestro objetivo, Bagneres de Luchon a la cual llegamos callejeando y
observando la apariencia de este lugar. El sello en la tienda de bicis de
enfrente de la iglesia trajo consigo el fin de la etapa.
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En la realidad es mucho más verde y frondoso. |
Satisfechos nos dirigimos a
nuestro hotel (Hotel Alfi), atravesando de nuevo la calle principal de
Bagneres. Bagneres de Luchon es una localidad con un cierto toque decimonónico.
Levantada junto a unas de las termas más grandes de Europa, Bagneres parece
sacada del siglo XIX, su arquitectura y su ambiente te puede llevar a imaginar
perfectamente un montón de carros tirados por caballos y de mujeres paseando
del brazo de los hombres, asidas a él con su brazo izquierdo, mientras que en
el derecho sujetan un parasol con terminaciones en puntilla. Mientras ellos, al
paso de los demás viandantes levantan su sombrero para saludar al tiempo que ellas
saludan con sus cabezas.
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Llegada a Bagneres de Luchon |
Pero volviendo al siglo XXI,
Rubén y yo nos acercamos a nuestro hotel, y tras presentarnos en recepción, nos
dispusimos a dar un buen lavado a nuestras bicis, y sin pérdida de tiempo,
subir a nuestra habitación y cambiarnos para ponernos los bañadores y hacer uso
de la piscina climatizada del hotel. Éste fue otro de los momentos alucinantes,
y es que no hay nada mejor que un buen baño en agua climatizada cuando te has
pasado el día dando pedales bajo la lluvia. ¡¡Cuánto echaremos de menos la
piscina el resto de los días!!.
Tras el baño en la piscina y
adecentarnos, salimos a la calle a dar una vuelta. Desgraciadamente la lluvia
no nos dejó disfrutar del paseo, por lo que decidimos cenar unas suculentas
pizzas e irnos a dormir, que el día siguiente se presentaba duro y había que
descansar.
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