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30 de septiembre de 2015

PEDALES DE OCCITANIA - ETAPA 1 DE 4 - De Viella a Bagneres de Luchon

La tarde del viernes 11 de septiembre, Rubén y yo partimos desde Madrid rumbo a Viella. Un viaje tranquilo nos dejó unas horas después en el hotel Riu Nere, un hotel sin demasiadas pretensiones pero muy correcto e igualmente conocido por nosotros, ya que el año pasado también iniciamos aquí nuestra aventura en la Pedales de Foc. El único pero del hotel fue que en la cena yo esperaba encontrarme el menú del año anterior y poder comerme una olla aranesa como dios quiere manda, pero el menú ha sido modificado, y me quedé sin mi olla aranesa; así que habré de volver a dar buena cuenta de ella.


Una cena con tertulia y un paseo tranquilo por Viella visitando la puerta de la sede de Pedales del Mundo y por la ribera del río Garona fueron las dos únicas cosas que hicimos antes de irnos  a dormir.

La mañana del sábado empezaba bien. Ambos habíamos descansado estupendamente. Lo “malo” empezó a la hora del desayuno, y no porque el buffet estuviera mal, todo lo contrario, sino porque fue en ese momento cuando nos percatamos que afuera, en la calle, la lluvia había hecho aparición. La verdad es que cuando uno va por estos lugares sabe que estas cosas pueden pasar y mentalmente uno ya está preparado para que la lluvia sea un ingrediente más, al fin y al cabo nadie puede controlar la meteorología.


El día se presenta complicado por la lluvia en Viella

Rodeados de jubilados franceses que venían aparentemente a hacer senderismo por la zona acabamos nuestro frugal desayuno y subimos a la habitación a prepararnos para la aventura. Una vez vestidos de romano cogimos nuestras bicis y nos dispusimos a darles los últimos toques: revisar la presión de las ruedas, de las amortiguaciones y limpiar y engrasar la cadena. Al fin y al cabo ellas serían protagonistas a partes iguales de esta aventura que estaba a punto de comenzar.

Tras la revisión de las bicis nos acercamos de nuevo a la sede de Pedales del Mundo. Una foto marcó el inicio de las cuatro etapas que trataríamos de vivir con toda intensidad. Y bajo una lluvia intermitente a veces cercana al aguacero, iniciamos nuestra marcha camino del primer objetivo: Bagneres de Luchon.


Km 0 de la ruta...en cuatro días estaremos de vuelta aquí
Salir de Viella y atravesar la localidad cercana de Gausac es todo uno. Prácticamente están adosadas, tanto que si no fuera por las señales, diríamos que aún estábamos en Viella. De lo que desde luego sí que nos dimos cuenta fue de los primeros rampones. Llegar a Gausac y empinarse la carretera fue todo uno. Dos kilómetros a cerca del 10% nos daban la bienvenida a Pedales de Occitania. Afortunadamente para mí estos primeros kilómetros son por carretera intransitada, lo que hace que mi ciclar sea más vivo y menos penoso y permitiendo que mis piernas se pudieran calentar. Menos mal que en este momento ya no llovía aunque las nubes, extremadamente bajas no presagiaban que se mantuviera así.


Localidad de Gaussac




Nada más subir la pista asfaltada de Gausac, se inicia la bajada hacia la carretera nacional que recorre todo el valle de Arán (N-230). La bajada ya no es por pista, sino por un sendero precioso y peligroso a partes iguales. Y no peligroso porque el sendero fuera extremadamente técnico, sino porque la lluvia había hecho de las suyas y la humedad de las piedras, lisas todas ellas y el barro, hacían que bajar por él fuera más arriesgado de lo que sería en condiciones más secas.

Ya habíamos probado el aperitivo de la Pedales de Occitania…subir, subir y subir para bajar por lugares increíbles, todos ellos senderos, caminos , veredas…Sinceramente pensé: “esto me cuadra totalmente con lo que he leído…”, y es que ese primer sendero era ya espectacular, bonito, cerrado, con partes técnicas y  partes rápidas, en el interior de un bosque precioso.





Primer sendero de la Pedales...¡¡qué pasada!!

La bajada por el sendero nos dejó justo en la salida del Cami Reiau, camino que nos traerá hasta este mismo punto dentro de cuatro días y que en esta primera etapa nos deja atravesando la carretera nacional a la altura de Aubert para casi sin respiro, abandonar dicha carretera para empezar a subir por un camino lleno de hierba y empapado que tiraba hacia atrás de las ruedas de la bici y haciendo mucho más difícil la ascensión hasta el pueblo de Arros.


Aubert


Arros. Una vista magnífica con el mar de nubes de fondo

La subida a Arros es petadora como pocas

Arros es uno de esos pueblecitos en los que no parece que viva nadie (y menos en un día así, lluvioso y húmedo) y en los que la torre de su iglesia se yergue por encima del resto de construcciones. Un pueblo de fachadas grises con balcones de madera y tejados de pizarra que nos sirve también de aperitivo a la arquitectura de la zona.

La salida de Arros nos conduce en ligera bajada al fondo del valle de Varradòs. El valle, cerrado como pocos está recorrido por el río del mismo nombre, afluente del Garona. En el valle de Varradòs (Barrados en castellano) una carretera de montaña, estrecha pero asfaltada, nos lleva en ligera ascensión hacia el fondo del valle transitando justo al lado del río. El cruce del puente conocido como Palanca de Dessus que nos lleva hacia la otra ladera del valle marca el principio de la subida que trepa por la montaña con una fuerte pendiente y encajonada entre gigantescas laderas cubiertas de un impresionante bosque mixto de abetos y hayas. La carretera, en franca subida, a veces de hasta el 12-14% y durante 4 kilómetros, se asoma de vez en cuando sobre el fondo del valle que se eleva sobre el eje propio del valle de Arán y nos permite contemplar las montañas circundantes entre las que se encuentra el macizo del Aneto.



Vall de Varradòs
Durante la subida pudimos contemplar espectáculos naturales asombrosos que de estar despejados no hubiéramos podido disfrutar. La niebla en el fondo del valle. Un mar de nubes espectacular que de vez en cuando ascendía ladera arriba y que se deshacía al alcanzar altura. Era como si el fondo del valle estuviera hirviendo y el vapor de la cocción ascendiera ante nuestros ojos.

Llegando a la altura de la ermita de Sant Miquèu que se erige a lo alto de un cerro, a bastantes metros por encima de nuestras cabezas, el terreno ya se vuelve llano e incluso en bajada. Es precisamente a la altura de dicha ermita cuando el bosque se despeja dando lugar a un mirador natural que nos dejó impresionados. Había muchas nubes, sí, había mucha niebla, sí, pero éramos capaces de distinguir la silueta del pico Aneto a nuestra izquierda y las antenas y torres de electricidad que a buen seguro nos llevarían al alto del Portillón a lo largo del día.


Eso de allá, al fondo, es el macizo del Aneto
Para nuestra “desgracia”, justo en ese momento empezó a llover de nuevo. La lluvia ya no era fina, era un auténtico aguacero que para más inri nos pilló en plena bajada por carretera. La velocidad de la bajada y la lluvia intensa nos dejaron totalmente helados, temblones de frío.

Unos pocos kilómetros más tarde abandonábamos la carretera hacia una pista forestal que acabaría convirtiéndose (en un segundo desvío) en un camino rural, que atravesando una preciosa pradera de un verde extremadamente intenso, nos condujo directamente hasta la localidad de Bossost. Estábamos ya en el kilómetro 26 de los 54 que nos tocaba recorrer en esta primera etapa. Ya habíamos probado las “mieles” de las subidas, ya habíamos probado los senderos de bajada, los caminos y las magníficas vistas. Una forma espectacular de empezar, aunque el frío que teníamos Rubén y yo a esas alturas no nos hacía pensar en lo que habíamos vivido de una manera positiva. Más bien pensábamos que si era esto lo que nos esperaba el resto del día y el resto de las etapas, la aventura se iba a convertir en un auténtico calvario.



Mar de nubes en el Vall d'Aran. Al fondo el Aneto

Llegada a Bossòst



Afortunadamente un buen bocadillo de jamón para mí y de bacon y queso para Rubén (eran ya las 12:30 de la mañana), nos hicieron cambiar de opinión. Bueno, los bocadillos y el poder secarnos algo bajo el toldo de la cafetería mientras fuera del toldo caía la mundial.
Sin parar de llover y con el estómago lleno, reiniciamos la marcha camino de lo que sabíamos era la subida “dura” (como si la primera no lo hubiera sido) del día: El col del Portillón (Portilhon en aranés) y que nos llevaría a cruzar la frontera hacia el país vecino camino de Luchon.

Como no todo es desgracia y según dicen los creyentes dios aprieta pero no ahoga, la lluvia cesó minutos después de subirnos en la Stumpjumper y la Scalpel. Eso sí, aún estábamos temblones y ateridos de frío y yo, en contra de mis convicciones, estaba deseando empezar a subir ya (lo que hace el frío). Mis deseos fueron órdenes, y la salida de Bossost por carretera nos llevó hasta una glorieta en la que sendas señales nos advertían de lo que nos esperaba. En realidad no era así, sino que advertía a los ciclistas de carretera que el Portillón tenía 8 km de longitud a una media del 9%. Para nosotros no era así, era mucho peor…nos esperaban 12 kilómetros de subida con esa misma media y por terreno bastante más desfavorable que el asfalto.


A nosotros nos tocó subir mucho más que lo que pone en el cartel (es por carretera)
Aun así, los primeros 5 kilómetros los subimos por carretera. Un dato que me pareció curioso es que el porcentaje de desnivel aumentaba un punto en cada kilómetro. En el primer kilómetro el porcentaje medio era de un 5%, en el segundo un 6, en el tercero un 7, en el cuarto un 8 y en el quinto (y último por carretera para nosotros), un 9%. Supongo que los últimos 3 km por carretera han de ser bastante difíciles para alcanzar la media total de un 9%.

Como era de presagiar, ya el primer kilómetro nos quitó el frío. Como siempre, Rubén, con unas dotes de escalador mucho mejores que las mías, se me escapaba varias decenas de metros, pero enseguida paraba para esperarme. Yo, a mi ritmo chino-chano, llegaba a su reagrupación con más pena que gloria (mira que sufro en las subidas….).

El kilómetro 5 de la subida marcaba un antes y un después. Justo a la altura de un mirador al cual no nos asomamos puesto que todo era niebla y mar de nubes, tomamos un desvío a la derecha hacia una contundente rampa cuyo terreno, pegajoso todo él por la lluvia, estaba salpicado de piedras. Leí en alguna crónica que era un auténtico pedrolar, pero sinceramente a mí no me lo pareció, más bien era un camino de montaña, algo técnico con piedra suelta, pero perfectamente ciclable aunque su pendiente sostenida durante algo más de 500 metros fuera de más de un 10%.


Mirador justo donde la carretera se desvía a la pista forestal

Primeras rampas por pista hacia el Coll de Portillón

Impresionante foto. ¡Gracias Rubén!

Ese día Rubén estaba inspirado con la cámara. Subida al Portillón

Los primeros metros daban paso a un desnivel menos acusado pero con un terreno igualmente difícil. Y es justo aquí, aproximadamente unos 750 metros después de abandonar el asfalto, cuando me sucede la “anécdota” del día. De repente, al coger mi cámara para hacer fotos, me doy cuenta de que he perdido las gafas que llevaba colgadas de la cinta de la mochila. Primero pensé si me merecía la pena volver a por ellas (sabía que estaban en el camino y no en el asfalto porque las coloqué a la salida del mismo) ya que Rubén, me ofrecía una de las suyas que tenía de repuesto en la maleta. Pero me pudo el lado tío Gilito y pensar que unas gafas que me había comprado hacía menos de una semana no podían quedarse a vivir allí. Así que ni corto ni perezoso volví sobre mis pasos. Fue en ese momento cuando me di cuenta de la dimensión de lo que habíamos subido…y es que no sé porqué sólo somos conscientes de lo que subimos cuando lo bajamos y de lo que bajamos cuando lo subimos.

En la bajada no las encontré, y eso que me fui de nuevo hasta la carreta…pero a la subida sí que me topé con ellas sumergidas a medias en un charco…menos mal que mi esfuerzo dio sus frutos y que no me hice esa maldita subida dos veces en vano.

Tras el incidente con mis gafas continuamos subiendo hacia el puerto. Los 7 kilómetros restantes son una constante sucesión de rampas con un nivel considerable seguidas de un desnivel más asequible. No recuerdo esta subida especialmente complicada; tan sólo el cansancio acumulado en el resto del día y el esfuerzo de rodar con lluvia y el suelo embarrado y mojado añadían un plus de dificultad. Menos mal que justo después de mi incidente con las gafas dejó de llover e incluso el sol nos regaló su aparición y sus rayos para que pudiéramos disfrutar de las vistas y de rodar seco. Bueno, en realidad, secos nosotros, porque el suelo estaba totalmente encharcado.

Justo cuando la pista suaviza su pendiente, unos metros antes de un ligero cresteo por el alto, un mirador natural desde el cual nos asomábamos al Valle de Arán observando con satisfacción por dónde habíamos venido y todo lo que habíamos subido nos regaló un nuevo momento mágico. De repente un buitre ascendió desde el fondo del valle y se nos presentó a escasos metros de nuestras cámaras. Planeaba con una facilidad pasmosa aprovechando las corrientes térmicas que producía el sol recién salido de su escondite tras las nubes. Y no fue el único; de repente cerca de quince buitres copiaron lo que hizo su hermano y de repente nos vimos con una bandada que planeaba por encima de nuestras cabezas. Pasaban muy, muy cerca; tanto que éramos capaces de distinguir sus ojos y observar como su cabeza giraba en una u otra dirección.



El show de los buitres

Tras el espectáculo de los buitres, y una vez que éstos se alejaron cielo arriba, Rubén y yo, sabiendo que ya habíamos subido por hoy todo lo que teníamos que subir (o eso creíamos), nos dispusimos a terminar de llegar hasta el Col du Portillon (ya en francés), y hacernos unas fotos en el cartel del puerto y en el hito que señala que estamos a punto de cruzar hacia el país vecino.




Segundo puerto del día coronado. Ya estamos en Francia.

El descenso del puerto por el lado francés es por carretera. Rapidísimo. Una sucesión de curvas a derechas y a izquierdas nos lleva casi al lugar donde la carretera comienza a volverse plana. Pero amigos, esto es Pedals de Occitania, y si algo aprendimos Rubén y yo el año pasado en Pedals de Foc, es que cada etapa encierra una sorpresa, y la sorpresa de esta etapa empezaba en una salida de la carretera que se convertía en pista forestal que, de repente, se empinaba de lo lindo hasta alcanzar cerca de un 12-14% durante unos 2 km con rampones al 18%. ¿Y para qué subir de nuevo si ya no quedaba nada para llegar a Bagneres?, pues la respuesta es muy sencilla y es idéntica para todas las etapas de la Pedals: subir, subir y subir para bajar por algún sendero, trialera, camino o vereda encerrada en el bosque. Y así sucedió en este caso.

De repente abandonamos la pista forestal por la derecha hacia una vereda que empieza en una bajada de unos 50 metros con un desnivel bastante acusado. A partir de aquí se inicia una de las bajadas que recuerdo como más bonitas. Un camino espectacular que desciende por un bosque impresionante. Lástima que el suelo estuviera tan empapado porque supongo que estando todo seco bajar por este sendero debe ser una auténtica delicia. La bajada inicial por un camino con largas rectas da paso al resto de la bajada, vertiginosa por unas zetas imposibles, estrechas, donde las 29 no se desenvuelven especialmente bien; el mayor ángulo de giro no permitía en ocasiones trazar con seguridad cada curva de 180 grados.



Segunda ración de senderos del día..¡y qué senderos!

La bajada final es indescriptible. El bosque cerrado, las hojas secas en el suelo y el olor del terreno mojado dejan una huella imborrable. Lástima que la bajada se acabase y desembocara de nuevo en la carretera que ya, con una pendiente mucho menos acusada, casi llana, nos lleva directamente a la localidad de Saint-Mamet, vecina de nuestro objetivo, Bagneres de Luchon a la cual llegamos callejeando y observando la apariencia de este lugar. El sello en la tienda de bicis de enfrente de la iglesia trajo consigo el fin de la etapa.



En la realidad es mucho más verde y frondoso.


Satisfechos nos dirigimos a nuestro hotel (Hotel Alfi), atravesando de nuevo la calle principal de Bagneres. Bagneres de Luchon es una localidad con un cierto toque decimonónico. Levantada junto a unas de las termas más grandes de Europa, Bagneres parece sacada del siglo XIX, su arquitectura y su ambiente te puede llevar a imaginar perfectamente un montón de carros tirados por caballos y de mujeres paseando del brazo de los hombres, asidas a él con su brazo izquierdo, mientras que en el derecho sujetan un parasol con terminaciones en puntilla. Mientras ellos, al paso de los demás viandantes levantan su sombrero para saludar al tiempo que ellas saludan con sus cabezas.



Llegada a Bagneres de Luchon

Pero volviendo al siglo XXI, Rubén y yo nos acercamos a nuestro hotel, y tras presentarnos en recepción, nos dispusimos a dar un buen lavado a nuestras bicis, y sin pérdida de tiempo, subir a nuestra habitación y cambiarnos para ponernos los bañadores y hacer uso de la piscina climatizada del hotel. Éste fue otro de los momentos alucinantes, y es que no hay nada mejor que un buen baño en agua climatizada cuando te has pasado el día dando pedales bajo la lluvia. ¡¡Cuánto echaremos de menos la piscina el resto de los días!!.

Tras el baño en la piscina y adecentarnos, salimos a la calle a dar una vuelta. Desgraciadamente la lluvia no nos dejó disfrutar del paseo, por lo que decidimos cenar unas suculentas pizzas e irnos a dormir, que el día siguiente se presentaba duro y había que descansar.



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