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1 de octubre de 2015

PEDALES DE OCCITANIA - ETAPA 2 DE 4 - De Bagneres de Luchon a Saint Bertrand de Cominges

La noche del sábado al domingo tanto Rubén como yo dormimos como lirones. Realmente habíamos descansado. Es cierto que el día anterior fue duro debido al terreno empapado, la lluvia y que 54 km con cerca de 1600 de desnivel pesaban un poquito en las piernas.

En estas aventuras suele suceder que cuando suena el despertador tienes ganas de todo menos de ponerte a dar pedales. Con gusto te quedarías en la cama durmiendo y te llegas a plantear que qué narices haces allí machacándote como un pringao.

Lo bueno es que esa sensación no tarda en desaparecer. Bien al contrario, lo que aparece es la ansiedad por descubrir qué es lo que te deparará el día y qué nuevos sitios descubrirás.

Nosotros éramos conscientes de lo que nos esperaba, no en vano habíamos estudiado bien todas y cada una de las etapas de la Pedales y sabíamos que tal y como habíamos configurado nuestra aventura, ésta segunda y la tercera iban a ser especialmente duras. Es más, sabíamos que la más dura iba a ser la tercera y que la segunda era el preludio de aquella. Teníamos claro que teníamos que tomárnoslo con mucha calma y que si no aparecían complicaciones, podríamos acabar la etapa de este domingo lo suficientemente frescos como para encarar la tercera.

Con este ánimo desayunamos en el buffet del hotel y nos vestimos, y casi sin darnos cuenta de que eran las 8:30 de la mañana, comenzamos a atravesar la calle principal de Bagneres de Luchon camino de unos primeros kilómetros que sabíamos que iban a ser bastante penosos. Y es que nos esperaban unos kilómetros iniciales bastante complicados y cerca de 25 km de subida hasta el coll de Paloumeres que corresponde por carretera con el Coll de Balles. Sabíamos también que volvíamos a cambiar de valle y que entraríamos en el Vall de la Barousse y esperábamos con ansiedad el momento de poder ver la catedral de Saint Bertrand de cominges.





Afortunadamente el tiempo acompañaba; hacía fresquete, pero el cielo estaba prácticamente despejado y se adivinaba una mañana soleada. Con este escenario salimos de Bagneres de Luchon llaneando cerca de 2 kilómetros, y casi sin respiro, y adivinando que el camino correcto era una especie de mini-sendero que se abría paso a la izquierda de la carretera, nos introdujimos en el bosque subiendo un buen rampón que hizo protestar nuestras piernas.


Entrada al sendero - empieza la fiesta

Un bosque de ensueño, como durante toda la Pedales

Durante unos 4 kilómetros atravesamos un bosque de ensueño en el que se sucedían continuos sube-baja que van añadiendo muescas a nuestras piernas. Se trata de un senderito precioso, divertido y duro lleno de raíces y piedras, de curvas imposibles y de una caída bastante considerable a nuestra derecha que nos hacía aumentar las precauciones, incluso en el camino tuvimos que subir con nuestras bicis al hombro una escalera rural con los peldaños de madera.

Una de las cosas que llamó nuestra atención todos estos días es lo cuidado que tienen nuestros vecinos sus caminos y senderos. Todos ellos están marcados, en ocasiones con unas simpáticas señales de madera con dibujitos indicando, en la mayoría de ellas, la dirección hacia la que nos dirigimos y el tiempo estimado que se tarda andando. Realmente da envidia como se cuida por esas latitudes a senderistas y ciclistas. Este sendero por el que transitábamos estaba así, bien señalizado. Es más, en un par o tres de ocasiones, abandonábamos un camino para tomar otro diferente y una señal impecablemente situada nos informaba de ello. Da gusto ciclar así, casi sin mirar el GPS para llegar a tu destino.









Los 3 kilómetros y medio de sendero complicado en continua subida terminan en una pista forestal asfaltada que nos llevó en rápido descenso hasta las cercanías de la localidad de Saint Aventin. La vista del pueblo desde la pista es a partes iguales preciosa y vertiginosa. Se trata de un pueblo en cuya parte baja fluye el río Neste –d’ôo (afluente del Garona) y que está encastrado en la ladera de una montaña. La vista de sus casas y de la torre de su iglesia son la típica estampa de pueblecito de los Pirineos. ¿Qué por qué vertiginosa?, pues porque la iglesia estaba cerca de 50 metros por encima de nuestras cabezas y a menos de 300 metros en línea recta y sabíamos que teníamos que ascender por sus calles hasta que la punta de la torre quedara por debajo de nuestra altura. Vamos, que es fácil imaginarse las rampas tan brutales que hay para subir hasta allá arriba. Eso sí el paisaje que se observa desde el puente que cruza el río y desde la subida por carretera es precioso.



Saint Aventin

Saint Aventin. Obsérvese la altura del campanario en esta foto con respecto a la anterior..¡¡unas buenas rampas!!




Vista del Valle de Luchon desde St Aventin
Subir las rampas de Saint Aventin es todo un reto. Habíamos invertido más de una hora en llegar hasta aquí…4 kilómetros en una hora…¡brutal!. Y aquí no acaba esto. La salida de Saint Aventin se hace por un camino lleno de hierba, si, de esos que son como el velcro; las ruedas se pegan como si la bici pesara 200 kilos, y eso unido a que la inclinación iba poco a poco en aumento, la subida de marras (paralelos a la tapia del cementerio) se estaba convirtiendo para mí en un auténtico calvario.

Menos mal que unos 500 metros después del desvío de Saint Aventin hay un banquito de madera que hace de mirador hacia el valle y que utilizamos para reponer fuerzas, descansar y observar lo mucho que habíamos ascendido ya: más de 400 metros de desnivel en poco más de 7 kilómetros por unos senderos y unas rampas duros, duros.
Tras el descanso, de la subida de Saint Aventin enfilamos lo que sería nuestro segundo objetivo del día: llegar a la localidad de Bourg d’Oueil donde sabíamos que acababan los caminos y senderos y empezaba la pista de alta montaña.




Llegar a Bourg d’Oueil es francamente penoso, y más con el terreno empapado y encharcado por las lluvias del día anterior. A la salida de Saint Aventin atravesamos por carretera el pueblo de Benque Dessus siempre en subida continua y con unas rampas considerables, sobre todo la parte que llega al alto de la iglesia. Aún recuerdo con cierta simpatía la sonrisa de los lugareños cuando al acercarnos a ellos ponían cara de estar pensando “vaya par de locos” y te soltaban una buena sonrisa y un “bonjour”. Y es que como dije, la gente por estas latitudes es francamente afable y educada.

La salida del pueblo de Benque Dessus nos vuelve a introducir en el bosque. De nuevo un camino en ascenso salpicado de piedras nos pone a prueba técnica y físicamente. Es increíble que tan sólo hayamos recorrido poco más de 10 km.  El camino, lleno de charcos, barro, raíces y piedras, nos lleva hasta un camino que atraviesa una serie de praderas. Recuerdo momentos duros en la Pedales de Occitania con una claridad meridiana, y éste es uno de ellos.  Es curioso que el desnivel no fuera excesivo, que el paisaje fuera una auténtica delicia, pero rodar por un terreno como aquel fue un auténtico suplicio. Las lluvias del día anterior habían mojado el prado y por tanto las ruedas de la bici se hundían casi dos centímetros en el camino. Tanto Rubén como yo buscábamos alternativas para rodar. Pasábamos de las roderas al centro del camino buscando una hierba más seca y un terreno más drenado, pero nada, la cosa era exactamente igual de penosa. Es posible que con el terreno en buenas condiciones esta parte de la etapa sea muy bonita y no demasiado dura, pero en las condiciones que la hicimos nosotros, recuerdo una auténtica tortura.


Las praderas del "velcro"...al menos con terreno mojado..¡la madre que las parió!.


Siempre todo bien señalizado...¡qué envidia!

Fin del velcro...¡por fin!


A medio camino de las praderas, y al subir un rampón de tierra mojada y barro, sucede la incidencia del día, y de nuevo me toca a mí. La cadena de mi bici se rompe y nos obliga a parar a resolver el percance. El tronchacadenas, un eslabón rápido y 15 minutos invertidos en la reparación es el balance final de la avería. Tras subir a pie el increíble rampón (y no sólo por su inclinación, sino porque las ruedas resbalaban en el barro y no cogían tracción), atravesamos la localidad de Cirès, un pueblecito típico de la zona que no llegamos a atravesar, pero que su visión nos acompañaría hasta casi el alto de Paloumeres.

Un kilómetro después, y un par de praderas de velcro más, llegamos a Borg d’Oueil, punto en el que nos habíamos propuesto llegar a comer algo. Eran ya las 12:30 de la mañana y habíamos invertido más de tres horas en recorrer 15 kilómetros. Realmente esta primera parte de la etapa es durísima, y si no te la tomas con tranquilidad puede pasarte factura más adelante, no en vano aún quedan 10 largos kilómetros de subida hasta el col de Paloumeres.

En Bourg d’Oueil paramos a sellar el roadbook en el Hotel Le Sapin Fleuri (el árbol florido) y de paso a degustar su famosa tortilla montañesa. Una camarera muy simpática nos facilitó el podernos entender, y entre chapurreos en español y francés, llegamos al acuerdo de lo que queríamos comer. Rubén degustó una magnífica tortilla que más bien parecía una lasaña…y es que llevaba de todo. Yo, por mi parte, y dado que el huevo no es mi plato favorito, me conformé con un buen bocata de jamón y queso.


Le Sapin Fleuri - Bourg d'Oueil

La tortilla montañesa que se apretó Rubén
Una nueva curiosidad. Para entrar en estos establecimientos es necesario quitarse los zapatos y cambiarlos por unos zuecos de goma que tienen a la entrada. La verdad es que yo agradecí enormemente poder cambiar de calzado y descansar los pies. Otra curiosidad: las bicis en la calle, sin vigilancia y es que aquí nadie coge lo que no es suyo…qué maravilla, ¿verdad?.

Tras engullir la tortilla y el bocata, y siendo ya cerca de las 13:30, volvemos a ponernos en marcha rumbo al siguiente objetivo del día: el col de Paloumeres.

La salida de Bourg d’Oueil se hace por pista asfaltada durante un par de kilómetros. Una carretera con un desnivel muy asequible que nos permite ir calentando las piernas poco a poco de nuevo. La anécdota: a la salida del pueblo nos cruzamos con un par de ciclistas de carretera, y pensando que eran franceses les gritamos “Allez, allez”, a lo que ellos nos respondieron en perfecto castellano: “Venga, venga que ya os queda poco”…y es que esto está plagadito de españoles.


Dejando atrás Borg d'Oueil - ¡A por el coll de Paloumeres!

a subida por carretera se acaba en un giro de 180 grados que nos conduce a una pista forestal. Y aquí de nuevo el común de la pedales, toca subir, subir y subir, pero esta vez de forma diferente a lo que veníamos haciendo durante toda la mañana. Esta vez, a ritmillo y con paciencia iban cayendo los kilómetros a la vez que ascendíamos cada vez más, y más y más. Esa ascensión empezaba a regalarnos unas magníficas vistas del vall d’Oueil que habíamos recorrido antes, y el pueblito de Cirès aparecía ya allí abajo, como si lo miráramos con vista de águila.

Un tramo final de cerca de un kilómetro nos llevó hasta casi el alto (aún quedaban unas cuantas rampas más). Ese kilómetro es técnico donde los haya: roderas y piedras complican el pedalear en un paisaje ya de estepa, sin un solo árbol en metros a la redonda; no en vano estamos ya a casi 1700 metros de altitud.



Casi en lo alto. La vista de los Pirineos al fondo es inigualable

Coronar el valle no significa coronar el puerto, unas últimas rampas no demasiado duras nos llevan hasta el punto en el que está el Lac du Paloumeres. Por cierto, vaya decepción de lago. Más que un lago es un charco grande, nada atractivo y que no merece ni una parada. Lo que si merece una parada es llegar a la primera de las crestas. Estamos justo en la división de dos valles, el vall d’Oueil y el Vall de la Barousse. Al este se elevan unos picos increíbles que seguro superan los 3000 metros de altitud y que no se ven desde el interior del valle y que como pudimos comprobar, vimos aún mejor cuando retomamos la marcha y terminamos de subir las últimas dos rampas de la subida, a más de 1800 metros de altura. El cresteo nos regaló una visión espectacular….toda la cadena de los pirineos centrales a nuestra vista; cumbres de 3000 metros con nieves perpetuas en sus cumbres. Lo realmente difícil era apartar la vista de esos magníficos colosos y dar pedales a la vez sin caerse.


El Lago (más bien charca) de Paloumeres


Rodar por aquí no tiene precio

Atravesar un pequeño cortado en la montaña, ya en el alto de Paloumeres, nos condujo a la cabecera del vall de la Barousse. Un vertiginoso descenso al principio y una maldita subida de cerca de 500 metros hacia la mitad del cresteo, nos condujo por un paisaje espectacular (mira que repito esta palabra) a una bajada rapidísima por pista de alta montaña en bastante buen estado hasta la cabaña de Hourdouch.


Iniciando el descenso hacia el Vall de la Barousse

La cabaña de Hourdouch es curiosa, y es que en uno de sus latereles una placa de madera recuerda a los caídos en la primera guerra mundial (un común en todos los pueblos que atravesamos).


Cabaña de Hourdouch

Llegar a la cabaña supone un antes y un después en el descenso ya que pasamos de una cómoda pista de alta montaña a adentrarnos en un bosque donde no hay un camino definido (al menos yo no lo vi), y que con una inclinación de cerca del 30% nos lleva a un nuevo camino de montaña. Esa bajada, de cerca de 200-300 metros es francamente imposible de ciclar para nosotros y creo que para la inmensa mayoría: terreno suelto, resbaladizo y en nuestro caso embarrado. Así pues, pie a tierra y con mucho cuidado y la bici frenada, recorrimos esa distancia con más pena que gloria.

Una vez de nuevo en el camino, se suceden caminos y senderos, todos ellos embarrados que en más de una ocasión nos hacen poner el pie a tierra ya que los frenos de la bici no eran capaces de detenerlas. La bajada en seco debe ser una auténtica pasada, lástima de nuevo que nos lo encontráramos en esas condiciones. Aun así, las partes que pudimos bajar montados fueron muy, pero que muy divertidas.





Una vez más, los senderos y los caminos embarrados desembocaron en una magnífica pista de montaña que a toda velocidad desciende por la parte alta del Vall de la Barousse y que cuando llega al fondo del valle suaviza su pendiente y se convierte en una fantástica pista que corre paralela al río L’Ourse de Sost. Durante 5 km (y llevábamos ya 4 km de descenso), recorrimos este precioso camino que a mí me pareció absolutamente encantador. Encajados en un abrupto valle entre montañas, con mogollón de árboles por todos los lados, una pista de montaña en perfecto estado, al lado del río que bajaba paralelo a nosotros de forma salvaje, entre unas piedras enormes haciendo cascadas, regatos y regalándonos un sonido de agua alucinante amplificado por las paredes del valle.


Sost - Primer pueblo del Vall de la Barousse

La bajada dejó así mi bici

El valle se abre casi de repente en praderas y huertas, se empieza a notar que estamos acercándonos a una población. Y así es, rápidamente atravesamos la localidad de Sost ya en pleno vall de la Barousse. Es el primero de varios pueblos que habremos de recorrer antes de llegar a Saint Bertrand. Tras cruzar Sost por su calle principal, abandonamos la carretera por la izquierda y de nuevo una buena rampa estilo Pedales de Occitania nos introduce en el bosque para conducirnos tras muy pocos kilómetros a la localidad de Esbareich. Estamos ya en el kilómetro 40 de los 60 que tenemos que recorrer hoy, por lo que aprovechamos para descansar un ratito en un soportal del centro del pueblo y comer una barrita antes de seguir adelante.


La salida de Esbareich sigue un camino que coincide con esos caminos ancestrales que hablábamos al principio. Camino rural y bosque cerrado son los apelativos que definen esos escasos dos kilómetros en bajada que separan Esbareich  del encantador pueblo de Mauleón-Barousse. Sencillamente este pueblo me enamoró. En su mismo centro el río L’Ourse de Ferrére desemboca en el L’Ourse de Sost, pasando éste último a llamarse simplemente L’Ourse. El cauce del río añade un encanto particular a Mauleón-Barousse. El río (o los ríos), junto con su iglesia, torre y castillo hacen de él un lugar francamente encantador.


Camino de Mauleón Barousse

Tan cerrado que apenas entra la luz del día
Mauleón-Barousse
El Port de Balles suele subirse en el Tour de Francia

Desde Mauleón-Barousse hasta Bramevaque hay poco más de 2 km, pero ¡¡¡qué dos kilómetros!!. Quizá el camino/sendero más bonito y alucinante por el que he tenido oportunidad de pedalear e incluso andar. Una especie de vereda con un muro de piedra a la izquierda y un bosque cerrado alucinante a la derecha. Las piedras cubiertas de musgo de un verde precioso. El bosque cerrado sobre el camino de forma que apenas entraba la claridad del día; parecía que en vez de ir por una vereda, estábamos atravesando un túnel.
La única pega es que con las lluvias del día anterior estaba todo muy resbaladizo y embarrado y no podíamos avanzar como nos hubiera gustado. De hecho había un par de bajaditas que de estar seco el terreno, hubiera sido delicioso bajarlas montado.


El camino más bonito en el que he estado jamás

¡Ojo a los druidas y los caballeros!

La anécdota de ese momento fue que a la altura de las ruinas del castillo de Bramevaque, un grupo de turistas franceses que estaban visitando las ruinas, iban caminando y ocupando todo el camino. Ellos se encontraban justo en la parte baja de una bajadita técnica muy molona casi al final de la vereda, y yo, al girar una curva a derechas casi me los encuentro de cara. El caso es que me pusieron en un compromiso ya que todos abrieron paso para que yo bajara sorteando el paso técnico. La verdad es que moló cuando al bajar todos se pusieron a aplaudir como si hubieran visto un espectáculo circense. Con una sonrisa en la cara, nos encaminamos a salir del pueblo de Bramevaque dispuestos a afrontar el último escollo del día antes de nuestro merecido descanso: la subida al col de Mortis (vaya nombrecito).

La subida al col de Mortis empieza en el pueblo de Sacoué y tiene una longitud de unos 3 kilómetros y medio a casi el 8% de desnivel medio y por asfalto. La subida es quizá de las más fáciles de toda la Pedales de Occitania aunque ese día ya se lleven en las piernas casi 50 km y habiendo subido hasta la cota más alta de toda la ruta.

La bajada del col de Mortis es por pista forestal en buen estado; con alguna que otra piedrecita suelta, pero sin ninguna dificultad.

Es al final de la bajada cuando viene de nuevo una parte muy divertida. De repente, y tal y como nos tienen acostumbrados las rutas de Pedales, un desvío a nuestra derecha nos hace abandonar la pista, y tras atravesar un enfangado claro en el bosque en el que una máquina había estado desbrozando, nos volvemos a introducir en un precioso sendero que discurre por el bosque cercano a Sant Bertrand de Cominges. Son tan sólo tres escasos kilómetros, pero son muy, muy divertidos y, como no, dentro de un precioso bosque como de cuento de niños.


Un sendero precioso, pero muy embarrado

Rubén en la salida del sendero camino de Sant Bertrand

La salida del sendero es casi tan de repente como la entrada a él, y casi sin que me diera cuenta, y gracias a que Rubén me dijo que mirara enfrente y a mi derecha, pude ver como se erguía ente nosotros el pedazo de catedral de Sant Bertrand, en lo alto de un promontorio que , como no, nos tocó subir para acabar bien la fiesta (menuda rampita para subir hasta la catedral).


Catedral de Sant Bertrand de Cominges

La llegada a nuestro hotel fue casi inmediata ya que éste se encuentra justo al lado del muro de la catedral. El hotel, llamado L’Oppidum, está regentado por una pareja de ancianetes de origen español, más concretamente araneses. La verdad es que el dueño es un tipo un tanto curioso, no sé si por su sordera o porque ya está de vuelta de todo.

Tras lavar en plena calle nuestras bicis, que hoy sí que estaban bastante embarradas, nos dispusimos a subir a la habitación para darnos una merecida ducha.

La verdad es que el alojamiento dejaba bastante que desear. Un pequeño hotelito de dos estrellas en un sitio tan alucinante como ese merece estar bastante mejor cuidado de lo que está. Decir humilde es quedarse un poco corto.


Hotel L'Oppidum. Muy, muy mejorable

Menos mal que a nosotros lo que nos  interesaba era que nos dieran bien de cenar, y doy fe que ambos nos pusimos como el quico…Una especie de olla aranesa con sus verduras y su carne seguida de una ensalada muy curiosa a base de melón, hortalizas, patatas cocidas, huevo, etc, y seis porciones de pato cocinado de una manera fantástica y servido con unas patatas empanadas deliciosas, terminaron por quitarnos el hambre y nos invitaron a caminar un rato por el pueblo para bajar la cena.


Curiosa ensalada


Sant Bertrand de Cominges es un lugar curioso. Un pueblecito de tan sólo trescientos habitantes y rodeado por una muralla de origen medieval en el que destaca por todos los lugares la grandiosidad de su catedral románico-gótica-renacentista. La verdad es que con un pequeño paseo nos salíamos del pueblo, así que decidimos dar un par de vueltas, una intramuros (por dentro de la muralla), y otra extramuros, contemplando lo que la luz de la noche nos dejaba ver de la catedral.



Vista nocturna de la Catedral de Sant Bertrand

Afortunadamente esa escasa iluminación nos permitía ver un espectáculo magnífico en el cielo; miles y miles de estrellas e incluso la nebulosa de nuestra galaxia, nos hicieron pensar en lo pequeñitos que somos y lo que sería poder ver ese espectáculo sin nada de luz.

Con esos pensamientos volvimos al hotel y nos dispusimos a ir a descansar, que ya lo merecíamos. Además, el día siguiente era para nosotros el día más complicado, y ambos lo sabíamos, por lo que a descansar toca.




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